Cuanto más observo de cerca lo podrido que está el mundo me pierdo en tus ojos intentando anclarme en este fango que no se hizo para gente como tú. Como era yo.
Cuando me convenzo de que ya no queda esperanza y no hay masilla que tape los rotos que se van quedando, que no hay pintura que remiende cicatrices, que no hay sala de espera que no huela a ambientador barato, me agarro a tu mano y me obligo a mirar de nuevo. Y veo que aún quedan cosas, que aún quedan pequeños detalles. Aún queda cómo me respetas, por ejemplo.
Aún queda cómo me levantas, la ternura con que te envuelves y te me regalas, el lazo con que vistes tu tacto dulce, tu pasión callada, tu entrega de por vida. Aún queda que me quieras con indulgencia, con timidez, que no te vendas, que no te venza.
Y no deja de admirarme que este mundo no haya podido aún contigo, y por qué no voy entonces a plantarle cara también yo.