Es difícil decir lo que quiero decir
es penoso negar lo que quiero negar

mejor no lo digo
mejor no lo niego.

Mario Benedetti. "EL PUSILÁNIME",
de "El olvido está lleno de memoria".

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martes, 31 de marzo de 2020

La historia de la Luna

Relato finalizado el 23 de marzo de 2000

Relato ganador del Primer Premio de Narraciones Cortas de la Villa de Fuente-Álamo, 2000.
Relato ganador del Primer Premio de Narrativa del IES Juan Carlos I, Murcia, 2002.



Cuentan que lo que hoy es la Luna, un astro que refleja la luz del Sol, fue hace miles y miles de años un castillo hecho de oro blanco, plata y diamantes. Quizá por eso dicen algunos que lo que refleja los rayos del Sol son precisamente esos diamantes, y que los cráteres eran lagos donde se bañaba la Luna.

Hace mucho tiempo oí decir que la Luna era una mujer hermosísima, de ojos claros y cabello oscuro, un cabello plagado de estrellas. Cuentan que al morir la Luna, ese cabello se convirtió en la Noche.
Iba la Luna siempre vestida de blanco, y a todos irradiaba confianza y seguridad.
La Luna vivía en el castillo de oro blanco , plata y diamantes, en un lugar más arriba de las nubes, cerca de las estrellas. Muchos cuentan que sólo había dos formas de llegar a él: una era subiendo en un carro de estrellas tirado por dos cometas. Taronte era el conductor de este carro, y nadie era capaz de conducirlo excepto él, ya que sólo a él obedecían las estrellas.
La otra forma de acceder al castillo era montar en el barco de Caronte, un barco que surcaba los mares de la Noche, esquivando las estrellas. Tampoco era posible acceder a este barco sin permiso de Caronte, ya que sólo a él respetaba.

Puede decirse que aquí comienza esta historia. Nadie sabe si lo que voy a narrar es cierto. Puede ser fruto de mi imaginación y puede no serlo, pero, ¿Es eso importante?. Lo único que sé es que el amor, el dolor y el sufrimiento son tan reales como la Luna.

Ya hacía mucho tiempo que la Luna amaba calladamente al Sol. Lo veía tan distinto...Todo en él eran destellos de luz y calor. En cambio, ella no era más que una mujer triste y solitaria.
Era conocido en todo el firmamento que el Sol tenía una amante. La llamaban la Estrella Polar, y se consideraba afortunado a aquel que la hubiera visto. Decíase de ella que era la estrella más hermosa que jamás existió, y que era capaz de curar cualquier dolencia con sólo lanzar su fogosa mirada, con sólo mirar con sus ojos de fuego.
La Luna lloraba en silencio. Se sentía rota, y desde ese momento se encerró en su castillo con la intención de no salir jamás.

Antes de que la Estrella Polar entrara en escena, la Luna solía estar con el Sol. Juntos visitaban a sus amigos, iban juntos a cazar estrellas... Eran dos almas gemelas unidas por los gruesos lazos de la amistad.
Ella era feliz porque había encontrado en el Sol a un dios, a un ser perfecto y puro al que idolatrar, un hombre al que seguir por los caminos de la vida y, quizá, de la muerte.
Para el Sol , ella era la mejor amiga que podía desear. Pero todos los sentimientos del Sol para con la Luna se recogían en cinco dolorosas letras: una amiga.
Muchas veces iba el Sol clandestinamente al castillo de la Luna, desoyendo los consejos de su madre la Galaxia y de su padre el Cosmos, y le contaba a la Luna todos los secretos del cielo. Le contaba por qué las nubes lloraban, explicándole el ciclo del agua. Entre otras cosas, solía contarle cuál era su papel en la corte celestial.
-Yo soy el príncipe del cielo,-decía,-y tú eres la doctora, porque tienes el don de curar todos los males del alma. Cuando yo sea rey, tú estarás a mi lado, y así yo nunca me encontraré mal.
En esos momentos la Luna se sentía muy feliz. Se sentía mágica, y mostraba a los mortales su castillo con todo su esplendor. Era en esos momentos cuando se producía la Luna Llena.
A veces era ella la que visitaba al Sol. Se montaba en su carro estrellado, conducido por Taronte, y se detenía frente al castillo del Sol.
Era este castillo mucho más grande que el de la Luna. Estaba hecho de oro, un oro traído desde el lejano cielo de Orión, y en él vivía toda la corte celestial. Era famoso por estar rodeado de un espeso y enorme bosque de fuego, un bosque imposible de atravesar sin la ayuda de Aquileo, el gigante guardián del Castillo Dorado.
Como la Luna iba frecuentemente al castillo, era conocida por Aquileo, que siempre la ayudaba a cruzar el bosque de fuego.
El Sol se ponía muy contento, y permanecía junto a la Luna todo el tiempo.

Pero cada día eran más escasas esas visitas, y, como era de esperar, acabó llegando el día en que el Sol dejó de ver a la Luna.
Ella no entendía este repentino cambio de actitud. “¿Qué he hecho mal?”, pensaba la pobre Luna. “¿Acaso mi torpe ignorancia le ha molestado? Soy una estúpida. Es lógico que él me rechace. Hablar conmigo debe ser una tortura, un insulto a su brillante inteligencia.”
Sin duda la Luna se subestimaba. Comenzó a creer que era tonta e inútil, y eso la fue consumiendo. “¿Por qué no viene a verme?¿Tan pronto ha olvidado los ojos de cielo que tanto admiraba en mí?¿Es una amistad de años tan frágil como para desvanecerse en un sólo instante?”. Éstas y otras preguntas la atormentaban cada día , haciéndola frágil y pesimista.

La Luna lo comprendió todo cuando el Sol la invitó a un banquete real.
Caronte la llevó en su barca de oro hasta el castillo de fuego. Allí la esperaba Aquileo, que la ayudó a cruzar el bosque. “¡Cuánto tiempo, señorita¡”, la saludó Aquileo. “¡Cuánto tiempo hacía que yo no veía una cara tan hermosa como la de usted!”.
En esa fiesta se reunió casi toda la corte celestial. Las sirenas cantaban en sus burbujas de mar, y todo el mundo bailaba y reía sin cesar. Todos menos la dulce Luna, que se sentó en un rincón, dispuesta a rechazar cualquier tipo de acercamiento que intentara llevar a cabo cierta mujer de ojos verdes, de aquella mujer conocida como la Alegría.
Cuando todos estaban eufóricos, (en parte gracias al magnífico vino), el rey Cosmos se levantó y dijo:

-Queridos hijos e hijas de mis dominios y de mi corazón, tengo el placer de comunicaros que mi amado hijo, el Sol, ha decidido pedir en matrimonio a la más linda estrella de todo mi vasto reino: la Estrella Polar.

El Sol se levantó, cogió de la mano a la bellísima Estrella Polar y la sacó a bailar. Todo el mundo siguió su ejemplo. Todos menos la pobre Luna.
La Luna se dirigió hacia la puerta. Sabía que si la cruzaba  y salía del castillo, jamás volvería. Pero ya nada se le había perdido en aquel lugar. “No me gusta estar donde no hago falta”, pensó.
Ya se iba, cuando el Sol la vio y se dirigió a ella.

-¡Hola, Luna !¿Sabes que cada día estás más guapa?-dijo. -De verdad me alegro de que hayas venido. No habría sido todo tan hermoso si no hubieras venido. Me alegro de que no haya sucedido eso. Dime, Luna, ¿Qué te parece mi prometida? ¿Verdad que es preciosa?
-Sí que lo es, Sol. Es la más bonita de todo el cielo. Que seas feliz, hermano.

Cuando Caronte la llevó a su castillo de plata, oro blanco y diamantes, se encerró con la intención de no salir jamás. Privó a los humanos de la Tierra de su sonrisa, de su comprensión y de su cariño. No asistió a la boda de su amado príncipe, ni alumbró con su cálida sonrisa las oscuras y lúgubres noches.
La gente creó la luz artificial mediante la electricidad, y la sonrisa de la Luna, que antaño ayudaba a las personas, ya no fue necesaria. Por eso, entre otras cosas, la Luna cayó en el más triste olvido.
Todos la olvidaron.
Todos menos el Sol.

El Sol no era feliz en su matrimonio. La Estrella Polar era una mujer extraordinaria, pero su corazón no estaba hecho para amar. Ella era una persona muy independiente, y no permitía a nadie descorrer el velo de sus sentimientos. “Antes muerta que descubierta”, decía sonriendo. Solía irse de viaje durante muchos días. “Debo respirar, cariño”, se excusaba. “Sabes tan bien como yo que soy incapaz de estar aquí sin hacer nada. No nací para ser señora de, amor mío. Yo debo respirar libertad.”
En sus muchos viajes, el Sol se quedaba solo, solo entre una inmensidad de siervos. Solo ante sus sentimientos. Le costó dos huidas de su señora descubrir la verdad: él amaba a su Luna. Siempre la había amado. Amaba su dulzura, su alegría, su madurez, su don... Ese don que la hacía única, diferente. Ese don de salvarte de la pena con sólo unas palabras. Siempre la había amado, y por un capricho de sus estúpidos ojos todo había salido mal.

Pronto se enteró de la serena tristeza que embargaba a su Luna. Se enteró por un buen amigo de que la Luna sólo salía de su castillo por la noche.
-Suele subirse en su carro o en su barco, mi rey, y se dirige al monte del Dolor. Allí llora y llora, majestad, y arranca las estrellas de su pelo. Lo hace cada día, y los humanos se quejan de esta constante lluvia de estrellas. Pero ella sólo llora y llora. Se está volviendo loca, y está perdiendo fuerzas. Su frágil cuerpo se va volviendo transparente, y ella se niega a venir a verle, mi señor.

Era sabido que el Sol no podía salir de su castillo por la noche. Por eso encargó a una bruja del cielo de Marte una pócima que le hiciera invisible, y un día oscuro, la bruja se la entregó.
Ésa noche el Sol siguió a la Luna. La vio tan frágil y hermosa que olvidó al resto del mundo. Y pudo ver como ella lloraba. Jamás vio el Sol nada más triste que esa escena, y se marchó a su castillo. Se había acercado a ella y había podido ver que su cuerpo estaba vacío. Ya no había alma bajo su blanca piel. Y al verla así la amó más que nunca.

Una noche, volvió la Estrella Polar de uno de sus viajes. El Sol salió a su encuentro y le habló con una dureza y un desprecio infinitos, diciéndole:
-Tú has sido mi desgracia. Tú has destrozado mi vida.¡Malditos tú y el día en que te conocí!
-Pero,¿qué te he hecho yo?
-Vete. Vete donde yo no pueda verte. Te destierro al Polo Norte.¡Vete!
Y la Estrella tuvo que irse hacia su destierro. Jamás comprendió por qué había locura en los ojos de su marido.

Todas las noches iba el Sol a espiar a la Luna. Y cada noche estaba ella más delgada y pálida.
Pero una noche la encontró serena y sonriente. El Sol estaba inquieto. Cuando más oscuro estaba el cielo, una mujer vestida de negro se acercó a la Luna.

-Me alegro de que hayas venido finalmente. Te he esperado ya mucho tiempo.-dijo la Luna.
-¿Estás ya lista?
-Sí.

El Sol pudo ver como la mujer de negro desaparecía y la Luna caía al suelo sin vida.
Él cogió aquel cuerpo y lo llevó a su castillo. Se encerró con lo único que le quedaba de su amada en la torre más alta de su hogar, y allí se quedó.

Cuentan que todavía hoy está allá arriba, con el cuerpo de la Luna entre sus brazos, esperando a la mujer de negro para que le guíe por los caminos de la oscuridad, con el fin de encontrar en el reino de las luces infinitas a su único y verdadero amor: la Luna.


Cenizas

Relato finalizado en abril de 2001

Relato ganador del concurso de la Unión Europea Youth In Action: Europe at School.


Sentado en su cómodo sillón, el señor Maldonado estudia unos planos muy interesantes.
-Realmente, ganaríamos cantidades millonarias con este proyecto, señor. Los extranjeros se mueren por la costa, y si encima las casas están en una loma donde corre el fresco, muchísimo mejor.
Maldonado asiente. Tiene un sexto sentido para los negocios, lo que le ha permitido auparse con una de las mayores fortunas del país. Y esta vez cree haber encontrado una oferta irrepetible. Construyendo unas cien casas a un precio de veinte millones la casa, se obtiene un beneficio más que considerable.
-No obstante, Gómez, creo recordar que en esta ladera hay un bosque, ¿no es cierto?
-Sí, señor, pero no considero este inconveniente como un problema serio. En unas horas podría estar solucionado...
Maldonado sonríe. Realmente, los jóvenes de hoy en día aprenden muy rápido.
-Muy bien, retírese, Gómez.
Al marcharse el muchacho, Maldonado se recuesta en su sillón .
-¿Verdaderamente merece la pena destruir milenios de vida y toneladas de oxígeno por un pedazo de tierra? ¿Vale tanto el dinero como para despojar al mundo de otro de sus ya escasos paisajes naturales?- pregunta al vacío.
Y el vacío no le responde. El hombre se levanta y pasea por la habitación.
-Después de todo, ¿Qué importa un bosque más?  También yo tengo que vivir...

                                                          *   *   *

La ardilla corretea feliz por el bosque. Cada día está más bonito... De seguir así, llegará un día en el que todo el bosque se poblará de ardillas como ella. Pero viene observando que toda la ladera se está llenando de casas, hasta el límite justo donde acaba la vegetación. No puede evitar sentirse un poco atrapada...No. No se atreverán a destruir el bosque. No le ha hecho mal a nadie...
La ardilla continúa correteando, saltando de árbol en árbol, dueña de todo lo que encuentra a su paso. No en vano el bosque es su hogar...


                                                          *   *   *  
-Van a construir en la ladera, cariño. Lo ha dicho la radio esta mañana...- dice Marta a su marido.
-Pero eso es imposible, Marta. Nuestro huerto está ahí y nadie nos ha consultado nada. Habrá un error...
-Quizá nos hagan una oferta dentro de poco...
-Tampoco podríamos vender. Si ya nos cuesta llegar a fin de mes, imagínate sin la cosecha... Y además, debemos pensar en nuestro hijo. Ésa ha de ser su herencia.
-Como tú digas. Yo sólo te informo de lo que hay, y lo que hay es que van a urbanizar la ladera.
El hombre se levanta de la mesa y sale a la puerta. Necesita meditar. De sobra conoce a los ricos y su forma de actuar. Son capaces de todo lo malo para llenarse el bolsillo. No ha querido decírselo a Marta para no preocuparla, pero teme por su terreno. Y sin él no le queda nada...

                                                          *   *   *

La ardilla observa impotente una columna de humo que se va acercando rápidamente. ¡El bosque está ardiendo! Los animales corren en todas las direcciones intentando escapar, pero el fuego rodea el bosque. Acorralados. Allá donde van se topan con el fuego. Tan sólo los pájaros pueden marcharse, pero el humo es tan tóxico que caen asfixiados antes de alzar el vuelo. Todo el bosque es un caos de miedo y muerte. La ardilla esta asustada. Corre hacia todas partes, pero en ninguna encuentra la salida. Tan sólo pede observar cómo su hogar y su vida se van evaporando, devorados por el fuego.
Y envuelta en llamas, no comprende qué es lo que ha pasado.

                                                          *   *   *

Los niños ven tranquilos la tele. Las noticias acaban de empezar y ya no atienden. ¿Qué es eso que dice la presentadora de un incendio en la ladera?
“...Hectáreas y más Hectáreas de bosque calcinado, reducido a un extenso mar de cenizas... campos de cultivo destrozados, condenados de por vida a la esterilidad...”
Y una pareja hablando.
“-Ya no nos queda nada. No tenemos de qué vivir... Han quemado nuestro huerto...”
-¡Mamá, la ladera sale en la tele!-dice uno de los niños.
La madre acude en seguida.
-Dios mío...-dice al ver el fuego en la pantalla.- ¿Qué ha pasado?
-Se ha quemado. No se sabe quién,- responde el pequeño.
-Han dicho que a un borracho se le ha olvidado apagar el cigarro y ¡Boom!-dice el mayor.
-A dónde vamos a llegar... Malditos gamberros...-murmura la madre entrando de nuevo en la cocina.
                                                         
                                                          *   *   *

Marta y su marido vagan por su terreno, antes sembrado y ahora estéril. Les han ofrecido cinco millones por él. Una miseria. No tienen ni para empezar.
-¿Qué vamos a hacer, Juan? Tal como está la tierra ya no sirve para nada.
-Venderemos. No hay otra opción.
La mujer llora. Ojalá de sus lágrimas brotaran de nuevo los frutos y hortalizas que les permitían subsistir.
Abrazados, recuerdan los días pasados en los que, con su esfuerzo y tesón, sacaban el mayor rendimiento posible a aquel lugar, cuando aun eran jóvenes y tenían ganas de cultivar una tierra, su tierra. Recuerdan la felicidad sentida al ver florecer la primera planta, al ver nacer algo suyo, algo que entregarían en un futuro a su hijo.
Pero en el suelo lo único que hay son los restos de lo que fue su vida, y el cuerpo de una pequeña ardilla. En el suelo ya sólo hay cenizas.

                                                          *   *   *

Maldonado mira por la ventana. Sólo acierta a ver casas y coches. Ahora ni siquiera el bosque alegra la visión... Quizá no debiera haberlo quemado. Nadie podrá culparle nunca, pero tiene la sensación de haber hecho algo malo.
En una mano, los cientos de millones que ganará muy pronto. En la otra, los remordimientos. ¿Cuál le pesa más? Los millones son de hierro, y los remordimientos, de aire. Y ese aire se va volando por la ventana, perdiéndose en el infinito para no regresar jamás.

Aída e Iván

Relato finalizado en marzo de 2001

Relato ganador del Segundo Premio de Narrativa del IES Mariano Baquero (Murcia), 2001.     



1.-Aída
El estanque era un lugar precioso, a medio camino entre azul y plateado. Pero era por la noche cuando se notaba la viveza de colores del agua, y el rico espectáculo que ofrecían los lirios dándose la mano, cantando con sus voces melodiosas y tristes las notas pálidas de una pálida monotonía: la del viento.
Sentada frente al estanque, Aída contemplaba los lirios y el reflejo que se dibujaba en el agua: el reflejo de un jovencísima hada, de preciosas alas multicolores y cabello largo, entre azul y verde.
Aída era una de las hadas jóvenes del clan, casadera y aún con un destino por forjar. Los sabios la mandarían a cuidar de los árboles, o de algún animal, o, con un poco de suerte, a cuidar del estanque. Ese era su sueño. Daría cualquier cosa por conseguirlo...
Se levantó, y su preciosa figura, digna de una reina, se elevó por los aires. El batir de las alas y el brillo que desprendían al filtrar su luz la Luna, cautivaron de nuevo, como tantas otras veces, al príncipe de los duendes, que la observaba tras los arbustos.


 2.-Iván
Se había enamorado, no podía evitarlo. Era el hada más bonita que jamás hubiera visto, con una elegancia y un porte que ni una diosa hubiera podido desear para sí. Hacía mucho tiempo que deseaba hacerla suya, desposándola y entregándole todo cuanto ella quisiera: desde su imponente castillo hasta su sencillo pero poderoso amor. Mas ella parecía no corresponderle, no ya a él, que ni siquiera se había declarado, sino a todos los hombres. Había quien decía que había nacido sin alma, pero ésos no la conocían. Tenía un corazón puro y bueno. Iván estaba seguro de que Aída podría amarle con más fuerza que muchas de las hadas tontas que presumían de ser apasionadas y ardientes. Tan sólo debía esperar. Se alzó en el aire y emprendió el regreso a casa, a su castillo.


3.-Aída
Sobrevolaba el reino por un lugar desconocido cuando oyó las voces. Voces de hombre, voces de humano. Se aproximó a lo desconocido, ocultándose tras la maleza. Y entonces lo vio. Su corazón dio un vuelco, y supo que jamás podría separarse de aquel ser dos metros más alto, que nunca podría verla, pero que sería dueño, sin saberlo, del corazón de un hada joven e inocente que tenía mucho que ganar y todo por perder. Recostada en una rosa, se dijo a sí misma que nunca se separaría de aquel ser, que había nacido por y para cuidarle. Y se acomodó, preparada para dormir sobre aquella flor, la misma en la que pasaría todas las noches del resto de su vida.


4.- Iván
El rey no solía llamar a sus hijos a su presencia, de modo que algo muy importante debía de ocurrir. Los doce príncipes, de rodillas ante su padre, escucharon atentos.
 -    Escuchadme bien, hijos míos. Han llegado rumores a nuestras tierras de que hay humanos cerca. Llevan máquinas grandes, y vienen con la intención de hacer de nuestro estanque un mísero y pobre terreno sobre el que edificar sus estúpidas casas. Debemos evitarlo.
-  ¿Y cómo vamos a conseguirlo, padre? Somos demasiado pequeños. Nos aplastarán si nos descubren.- preguntó el mayor de los doce hermanos; el heredero al trono del reino de las Hadas y los Duendes.
-   Consultad con los consejeros de guerra. Ellos planearán las estrategias militares. Y debéis formar un ejército. Yo mismo iría si no fuera por la enfermedad que me consume. Marchad, y decidles a esos ladrones de tierra que nadie nos va a arrebatar lo que es nuestro.
Los doce príncipes abandonaron uno a uno la sala. Iván se detuvo y miró a su padre.  No. Aquel no era ya el hombre sabio y guerrero que fue antaño. Desde que la reina había muerto, ya no era el mismo. Esa enfermedad acabaría arrebatándoselo...Prosiguió su camino. Necesitaba verla. Ahora más que nunca, ahora que tenía la certeza de que marcharía a luchar y quizá no volvería.


5.-Aída
Lo que no entendía era por qué llevaba esas máquinas. ¿Qué quería hacer?. Se recostó entre los pétalos de una delicada rosa, a la orilla del estanque. Los lirios cantaban con la brisa, y ella pensó que no le importaría vivir para siempre en el estanque si él estaba cerca. Si no lo estaba, le seguiría allá donde fuera. Y entonces, volando con el porte y la elegancia que sólo un príncipe sabe conseguir, apareció Iván, príncipe de los duendes, el más brillante y querido por todos, pero que desgraciadamente no había nacido como primogénito, sino todo lo contrario: era el menor de los doce hijos del rey.
-   Buenos días, Aída. Vengo observando que sientes devoción por este lugar. Me gustaría saber por qué.
-    Porque este estanque es mágico. No puedo alejarme del sonido que emiten los lirios al rozar el agua, y ver mi reflejo me agrada. No puedo evitar ser tan presumida.
-   No es presunción. Simplemente reconoces la belleza donde la hay.
Aída se sonrojó. Un piropo de un príncipe, una fugaz mirada tan sólo, eran un gran honor para cualquier hada que supiera lo que se escondía tras el gesto.
-          He observado que últimamente me sigue, majestad. También yo siento curiosidad por conocer  el porqué.
Iván se revolvió en su asiento, incómodo. Había sido descubierto...
-    Digamos que quería ver lo que hace una chica joven en su tiempo libre.- sonrió- Y quizá haya otro motivo, también. Digamos que los príncipes tienen sentimientos que pueden aflorar cuando ven a una preciosa muchacha como vos.
El silencio se convirtió en una pesada losa. Iván conocía los sentimientos de ella. La había visto muchos días observando a aquel humano  que llevaba bajo su brazo una orden para destruir aquel paraíso que era el estanque. Por eso habló, pese a que le ardía la garganta.
-      Vamos a entrar en guerra. Debemos luchar contra los humanos. Van a destruir el estanque...
-    ¿Qué? No puede ser...- se sorprendió ella.- Los he visto y parecen inofensivos. Debéis estar equivocado, príncipe. Ha de ser un error...
-    No hay ningún error, Aída. Nuestros vecinos nos han avisado. También confiaron en ellos y ahora su río es tan sólo un cauce lleno de las hojas caídas de los árboles talados. No podemos permitirlo...
-      ¡Mienten! ¡Todos mienten! Él no haría nunca nada malo, lo sé. Os han mentido...
-      ¿Por qué estáis tan segura de ello? ¿Qué ha hecho para demostrar que es inocente?
-    ¿Qué ha hecho para demostrar que es culpable?- rebatió ella. Las lágrimas comenzaron a asomarse a sus ojos violetas.
Él, con una firmeza que trataba de esconder lo triste que se sentía, dijo, levantándose:
-      El amor os ciega, Aída, y es imposible hablar a quien  no quiere ver.
Alzó el vuelo  y desapareció entre la brisa húmeda que acariciaba el estanque.
Y entonces comenzó a llorar. Lloró liberando toda la furia que sentía refulgir en su interior. No podía ser cierto. Todo había sido un engaño para apartarlo de ella. Y necesitaba verlo, decírselo.
Voló con una rapidez extraordinaria, rasgando el aire, produciendo calor y electricidad a sus paso. En unos pocos  minutos llegó al campamento donde solían dormir los hombres. Y lo que vio la dejó sin aliento: su amado no estaba en ninguna parte. Ahora, en aquel lugar quedaba tan sólo una explanada vacía. ¿Dónde estaban los árboles?
Descubrió la rosa en la que había dormido tantas noches, rota, en el suelo, al mismo tiempo que la última lágrima resbalaba por sus pestañas, perdiéndose en la inmensidad de la noche.
Y descubrió que su alma estaba como la rosa, rota y perdida en la soledad de la tierra. ¿Y por qué? Porque había cometido la mayor equivocación: la de enamorarse del  demonio.
Tristemente, se sentó en el suelo. Ahora quería dormir. Quizá, al despertarse, todo volviera a la normalidad. Pero sus sueños no fueron gratos, y la tristeza que sentía pasó a convertirse en furia.
Sentía un volcán en su interior, un volcán a punto de estallar...


6.- Iván
El comandante presidía la mesa. Todos le miraban expectantes.
-    Y entonces, nuestros ejércitos verterán el  polvo de hadas en los depósitos de gasolina de esos carros de fuego. El resto será coser y cantar.
-    Me parece un plan digno de una mente privilegiada- exclamó el rey. Estaba orgulloso de su sobrino. No había  llegado a comandante por ser familia de la Corona, sino por sus méritos. Era joven, pero le esperaba un destino brillante...
-    Los ejércitos ya están listos. Partiremos al amanecer si usted nos lo concede, padre.- dijo el primogénito.
-    Por  supuesto. Y por si algunos de vosotros no volviera, quiero que sepáis que habéis sido los mejores hijos que un padre puede desear.- reveló, emocionado.
El sol se puso tras las montañas.
-      Y vos, el mejor padre, majestad.
Cuando la Luna se elevó majestuosa en la noche, dulce contraste entre su traje albino y la oscuridad, Iván voló a despedirse de Aída. Necesitaba verla por última vez...
La encontró pálida, demacrada, escarbando en la tierra.
-      ¿Qué hacéis, Aída? ¿Qué queréis esconder en ese hoyo?
-      Mi pena, príncipe. Quiero enterrarla para poder olvidar que existe. ¡Oh, cielos, teníais razón!


7.- Aída
Se alegró al verle. Necesitaba hablar con alguien, y él era la persona indicada. Cuando estaba con él (ignoraba la razón), el río de su alma dejaba de llevar una fuerte corriente para convertirse en un sereno cauce de alegría. ¿Por qué junto a él sentía que todo en esta vida tiene solución?
-    Y cuando llegué, todo estaba destruido. ¡Mis árboles! ¡Mis plantas! Él las había destruido. Y yo, ilusa, creyendo que era lo que le faltaba a mi vida. Iván, tan sólo era un asesino...
La abrazó y en los brazos del príncipe Aída encontró una paz celestial, la paz que necesitaba. Entre los brazos de Iván se sentía segura.
Junto a Iván se le antojó que las estrellas brillaban con más fuerza. Quizá la magia del amor del príncipe estaba curando sus heridas.
Y así, abrazados, los descubrió el amanecer.


8.- Iván
Cientos de duendes volaban hacia  los humanos. Los vecinos se habían unido a la batalla. Querían venganza... Todo sucedió muy rápido. Los humanos los vieron, cogieron tablas y comenzaron a golpear.
-      ¡Luciérnagas asesinas!- gritó uno de ellos.- ¡Nos atacan las luciérnagas!
Muchos duendes cayeron al suelo, sin vida. Mientras la mayoría distraía a los hombres, los príncipes llegaron a las máquinas y las rociaron de polvo de hadas. Lo  mismo hicieron con el depósito de gasolina y, después, con los hombres. En un abrir y cerrar de ojos, tanto las máquinas como los humanos se convirtieron en blancas palomas y se fueron volando.
Tenían la sensación de que no regresarían. Mas en la tierra había  muchos duendes que ya no volverían a volar. Iván los roció de polvo de hadas y de cada uno de ellos brotó un árbol. Después, todos los vivos lloraron a los muertos, y  sus lágrimas crearon un estanque hecho de admiración por  el valor de los caídos y la tristeza por sus muertes. Ante ellos, se extendía un nuevo mundo.


9.- Aída
Le vio llegar, tan apuesto y valiente como sólo puede serlo un príncipe que ha salido victorioso de la batalla.
-    Aída, él no murió. No le dejé morir. Les convencí para cambiar el castigo. Lo hice por ti... Él es una paloma ahora. Una paloma libre y hermosa que no hará  más daño.
Ella sonrió. Su pueblo había ganado la guerra, y tenía la sensación de que tampoco ella había perdido.
-      Iván...- susurró. Sus ojos  violetas brillaron.- Gracias.
Tan sólo la Luna pudo ver aquel beso. Y mejor así, pues nadie pudo estropearlo.


10.- Aída e Iván
El estanque brillaba en primavera. Los lirios cantaban con más fuerza y belleza que nunca. El agua ya no era agua, sino plata, y la plata no podía sino fundirse en un estrecho abrazo con la oscuridad de la noche.
Aída estaba sentada en una tímida rosa. Iván, junto a ella. Ambos miraban el agua. Ambos se miraban. Ambos, cogidos de las  manos, tenían la maravillosa sensación de poseer una larga vida, una vida en común.
Aída mirando el cielo.
Iván mirando el agua.
Aída e Iván juntos, mirando ambos en la misma dirección.

El diálogo de la última noche

Relato finalizado el 13 de marzo de 2001

Relato ganador del Primer Premio de Narrativa del IES Ricardo Ortega, 2001.




¡Aléjate, sombra! Aparta de mí el frío de tu aliento. Tus susurros me hielan la sangre...¿Qué he hecho para merecer esta tortura? Por favor, hijo de la de la muerte, aléjate de mí. ¡Déjame, que es preferible la soledad de esta negra noche al tormento que agita mi alma cada vez que te veo! ¿Quién eres?
¿Por qué me lo preguntas? Lo sabes de sobra. Llevo diciéndotelo mucho tiempo. ¿Quién sino la muerte ha de visitarte de noche, como un amante clandestino que, a espaldas de los demás ,viene a hacerte suya? No te asustes ,Celia. Conmigo estarás mejor.
¿Quién os ha dicho mi nombre? Oh, Virgencita, protégeme ,que el diablo llama a mi puerta...
¿Por qué el diablo? La muerte es cosa de Dios. Él te da la vida y él te la quita. Tú eres huérfana, Celia, y además estás enferma. ¿Qué te retiene?
 Eres perversa, sombra del demonio. ¿Qué ha de retenerme? ¡Todo! No puedo irme aún. Nunca vi el mar. Nunca he salido de este monte. No sé qué es sentirse vieja, sabia. No sé qué es amar. No sé qué  se siente al ser madre. Nunca he visto un rascacielos, ni un avión. No soporto la oscuridad, ¡y tú me condenas a vivirla eternamente! No puedo abandonar a la abuela, ni mis tierras. No me pidas que renuncie a lo que soy, a lo que tengo. Vuelve dentro de cien años y seré tuya para siempre. Por favor, regálame la vida...
Con gusto te ayudaría, mas no puedo. Almas aguardan ocupar tu lugar. Pero estoy dispuesto a regalarte una noche, esta noche, si me hablas de la vida, de lo que se siente al ser humano.
Yo no soy capaz de explicarte eso. No soy filósofa, tan sólo una niña. ¿Tan malvado eres que no quieres regalarme esta noche? Púdrete en el infierno, sombra del demonio.¡ Ni siquiera me muestras tu rostro!
No tengo. La muerte es como un camaleón. Si me vieras, descubrirías en mí tu cara. Y no seas tan injusta. De veras te daría la vida si de mí dependiera. Háblame, dime cómo es el día. Dime cómo es el Sol. Yo no puedo verlo. ¡Por favor, dime cómo es el Sol!
Redondo y amarillo. Tiene el pelo de fuego y quema. Y está muy lejos...
¿Cómo de lejos?¿Como de aquí a Rusia?
Mucho más lejos, pero hacia arriba.
¿Y qué más? Dime qué sientes cuando sale, qué  colores hay. Siempre quise ver amanecer...
Hacia las siete de la madrugada se filtra la luz por mi ventana. Yo subo la persiana y miro, y lo que veo es lo más hermoso del mundo. El cielo se colorea de azul, violeta, rosa y naranja.¡Brillan tanto que deslumbran! Y entonces todos se vuelven uno, como amarillo o blanco, y la gente se despierta. Todo se despierta gracias al Sol.
Fantástico. Creo que vivir es fantástico. Lástima que debas venir conmigo... Cuéntame más. Dime qué se siente al respirar, al comer. Creía que lo sabía todo. Ahora sé algo que no sabía: que no sé nada. ¿Y qué es amar? Oh, la noche es joven y podemos hablar mucho más. Dime lo que es el dolor, niña. Dime qué se siente cuando duele. Y no llores, Celia. No llores.
¿Cómo no habría de llorar? Voy a morir cuando llegue el alba...Haces que me duela el corazón.
¿Qué es el dolor?
El dolor es un fuego que te quema por dentro. Quema tanto que sólo las lágrimas sofocan este incendio. Duele cuando piensas que ya no te queda nada, cuando tu carne se rompe y es la sangre la que llora. Duele cuando crees que estás sola, y sólo puedes escapar del dolor pensando en aquellos que te quieren. El dolor es un río tan bravo que arrasa a su paso todo lo que encuentra. Tú estás desatando este río, y el corazón se me rompe a pedazos.
¿Por qué al oírte hablar creo que vivir es mucho mejor que verlo todo tras la sombra de la muerte?¿Por qué me haces ver que yo también estoy huérfano?¿Por qué me he perdido tantas cosas? Oh, Celia, ya sé lo que es el dolor. Ya lo noto. Siento un fuego que me abrasa, y yo no tengo lágrimas con las que apagarlo.
¡Pues muere y déjame aquí! Vete y así yo podré seguir viendo el amanecer todos los días.
No seas tan malvada..
¿Malvada yo? ¡Eres tú quien va a despojarme de mi vida! Soy yo quien ha de llorar y no tú, que no eres más que una tétrica y ladrona sombra. Vienes de noche como una serpiente acechante, esperando para robarme mis sueños, mis esperanzas, todo lo que hubiera hecho un día.
 No llores. ¿Crees que a mí me gusta esto? Es ley de vida. No llores, Celia, y por favor, por favor te lo pido, dime qué es estar vivo.
Muy fácil. Estar vivo es sentir como duele, y alegrarte de que te duela. Es mirar el cielo y saber que mañana seguirá ahí. Es ver como crece la hierba, dándote cuenta de que tú también eres hierba, que también creces. Estar vivo es tener otro río dentro, bravo pero no dañino, un río que te hace tener la sensación continua de que te quedan muchas cosas por hacer, de que no quieres renunciar a ninguna experiencia. Lo que te dije: es alegrarte de que te duele, porque cuanto más duele, más comprendes que estás vivo, y más te gusta.
Qué bonito lo que me dices. ¿Qué es la tristeza y la alegría?¿Qué es el amor?
Espera. Hay algo que quiero saber.. ¿Cómo es morir?¿Es cierto que hay un túnel de luz blanca y que al final te espera Dios? ¿Por qué te ríes, condenado?
Perdona, pero es que todo el mundo me pregunta lo mismo. ¡Nada de eso! Morir es como dormir, como si, poco a poco, el alma te atravesara los poros de la piel. Y es muy agradable, créeme.
Genial. Un consuelo entre la desgracia. Al menos no duele... ¿Y por qué a mí?
No lo sé. Yo sólo obedezco, no tomo las decisiones .Supongo que en el Cielo ha de haber de todo.
¿Es que hay Cielo de verdad? ¡Eso si que es una alegría! Otro consuelo dentro de lo malo...
¿Alegría? Dime qué es, Celia. ¿Es como sentirse vivo?
 Sí. Es igual, pero sólo se da de vez en cuando. Hay muchos motivos en la vida para no estar alegre. La mayoría de las veces es muy difícil sentirse vivo, ¿sabes? Vivir es un arte, y hay que nacer artista para poder entenderlo bien.
¿Tú ibas para artista?
Todos. Unos llegan y encuentran el sentido a la vida. Otros no llegamos. O no valemos, o una noche nos visita la muerte.
No me guardes rencor, Celia. Si de mí  dependiera, nadie moriría nunca. Pero has de comprender que para que nazcan nuevas almas, antes han de morir las viejas...
¿Insinúas que la mía es un alma vieja? ¡Dios mío, si todavía no he comenzado a vivir! ¡Si no he visto ni la mitad de las maravillas del mundo! Vas a llevarme a tu terreno antes de que sepa que es desear morir. No podré compartir mi vida con nadie...
Oh, esto me gusta. Dime qué es compartir. Dime qué se siente al dar algo...
Tú estás muy confundido conmigo. Crees que lo sé todo, y en realidad no sé nada. Siempre creí que tendría tiempo para descubrirlo. Siempre creí que habría un mañana. Me moriré sin haber hecho aquello que soñaba con hacer de mayor...
¿Qué querías hacer, Celia?
No sé. Trabajar, ganarme la vida, tener un novio, compartir lo que hubiera ganado con el sudor de mi frente...¡Tantas cosas!
No llores ,y , por favor, dime lo que es compartir.
Pues es dar aquello que te sobra, o también aquello tan maravilloso que sería injusto quedártelo para ti sola. Es regalar lo que quieres que todos tus amigos tengan. Cómo podría explicarte esto...No sé. Compartir es plantar un árbol, enterrando las semillas con mimo, con cuidado, y ver cómo crece poco a poco. Cuando compartimos, plantamos nuestro árbol en el corazón de aquel a quien le damos algo, y si lo hacemos bien, le hemos dado la vida a un árbol que no morirá nunca.
¿De veras crees lo que dices? Mucha gente no piensa eso. Para ellos compartir es esperar a que otro te dé algo. Eso es muy diferente a lo que me has dicho...
¿Cómo quieres que lo sepa? Vienes a las doce de la noche, entras en mi cuarto y ni siquiera te dejas ver. Me pides que te descubra qué es la vida. Yo tengo que vencer mi miedo, obviar que mi corazón ha dejado de latir y responderte a todo aquello que quieras saber. ¿Por qué no me dejas sola con mi pena hasta que despunte el alba? Al menos déjame morir con mis pensamientos. ¡Y no me pidas que deje de llorar! Si no fueras una sombra del demonio sabrías que no hay forma alguna de vencer las lágrimas. Las lágrimas son tan sabias que saben cuando han de salir. No obedecen a nadie más que al corazón...
Me describes un mundo maravilloso, Celia, en el que todo está en armonía. Y yo he de decirte que he pasado muchos días en vela recogiendo almas y mas almas en un campo desierto, resonando el clamor de la guerra en mis oídos. ¿Dónde está la armonía de esos cuerpos putrefactos descomponiéndose al Sol?¿Dónde queda la belleza del mundo cuando me piden, agonizando, que los lleve conmigo? Dime, Celia, qué es una guerra, porque ha de ser algo maravilloso para que tantos hombres dejen por ella su vida.
No la dejan por gusto. Están obligados...Los gobiernos tienen el poder de pelearse entre ellos, pero hay ocasiones en las que las palabras pesan menos que el aire. Lanzan mensajes de patriotismo y valentía, y el pueblo se tira a la batalla. Para ellos es un ideal el que defienden. Y es por ese sueño por el que mueren, mientras que los gobiernos miran muy seguros desde la ventana de un rascacielos que llega hasta las nubes. La vida es también injusta...
¿Por qué callas, Celia? ¿Qué ocurre? ¿Qué has visto?
Mira, sombra. Es el Sol...¡Por fin lo has visto! Ya nos visita la mañana. Ya es hora de morir...
Escúchame, Celia. Sé que nunca me perdonarás lo que voy a hacerte, pero no es tan malo. Cuando nacemos, empezamos a morir.¿Crees que no han muerto ya millones de las células de tu cuerpo? Morir es volver a nacer, empezar de nuevo. No te estoy matando, al contrario. ¡Te estoy regalando otra vida! Tus padres te están esperando. ¿No los echas de menos?¿No añoras la voz de tu madre, la seguridad de tu padre?¿No quieres dejar de llorar y de sufrir? Vas a conocer el mayor misterio de la humanidad. Vas a saber qué hay después de la muerte...
¡Déjame otra noche, por favor! Regálame 24 horas más. He de despedirme de la abuela y de todo lo que tengo. He de despedirme del mundo...
Ya es tarde. ¿Acaso no notas cómo el alma escapa sin remedio de tu cuerpo?
¡Para! ¡Para de una vez! Haz que vuelva, por favor. Yo no quiero morir... ¡Haz que regrese! No me mates, por favor, por favor, por favor. ¡No he terminado de explicarte qué es ser hombre!
No te preocupes, Celia. Tenemos toda la eternidad para hablar de ello. ¿Sientes cómo se te para el corazón y deja de fluir la sangre de tus venas? ¿Sientes como el tiempo se detiene y el mundo deja de girar?
Sí, lo siento. ¿Ya estoy muerta?
Sí.
¿Y ya no tiene remedio?
No.
Sólo cabe resignarse,¿verdad?
Veo que aprendes rápido. Habrías llegado muy lejos... Ahora ya sabes lo que es morir. ¿Qué opinas?
Todavía no lo sé. Tengo toda la eternidad para averiguarlo... Yo ahora lo único que quiero es ver a mamá y a papá. Si me los devuelves, quizá morir no sea tan malo... ¡Míralos, ahí están! ¡Voy corriendo! Y tú, ¿A dónde vas?
El deber me llama. Muy lejos de aquí, en otra parte del mundo, hay una Celia que debe aprender lo mismo que tú; una Celia que ha de enseñarme aquello que no he podido aprender de ti; una Celia que va a comprender que la vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda.