Yo miraba el techo, dejaba escapar la risa sin pensarlo.
Sin darme cuenta liberé amarras y dejé el barco ir, “a donde me lleve la deriva”,
no pensé esta vez.
Y recorriste sin avisar uno a uno todos los milímetros
hasta llegar a mis dedos,
rozaste mis dedos como si no significara nada, como si fuera natural.
Y yo fingí no darme cuenta mientras dejaba a nuestras manos conocerse, dialogar.
No hay deriva, pensé. No hay deriva porque no hay puerto, ni amarre, ni norte.
No hay deriva porque no hay agua, ni barco,
sólo estrellas ocultas entre mis sábanas,
a base de escarmiento borradas de mi pecho.
Y dos manos juntas son ahora sólo dos juegos de dedos
tratando de ocupar un mismo espacio,
dos mundos buscando su hueco,
abriéndose paso en el escenario
donde todo en lo que creí, hace ya tiempo
que abandonó el espectáculo.