Allí, al fondo, ya casi no pareces
el atardecer.
Tampoco soy yo mis restos,
he crecido de ancho y de largo,
he encogido para adentro.
Pero no rehuyo tu mirada,
ni siquiera me ha rozado de soslayo.
Somos dos desconocidos
que nunca llegaron a saber
en realidad nada del otro.
Miro atrás y no me reconozco,
no me veo a mí en nosotros.
Me recitaste gris a sangre fía,
directo a los ojos,
pero no fue bastante para la vida,
fuimos solo dos muñecos rotos
que a golpe de poesía
creían arreglarlo todo.
Eres, con gran diferencia,
al que menos he llorado,
al que menos he querido,
el que más me ha fallado
en todos los aspectos.
No me cuesta ser digna si te veo,
no me cuesta mantenerme fría si te miro.
Te veo y no sé quién eres,
te miro y no sé a qué viniste,
busco y no encuentro nada
con lo que gracias a ti
yo me haya agrandado.
Y es que allí, al fondo, ya casi no pareces
el atardecer.
Y aquí delante, yo ya no sueño
con todo lo que soñaba,
ni creo en todo lo que creía,
pero no por ti.