Es difícil decir lo que quiero decir
es penoso negar lo que quiero negar

mejor no lo digo
mejor no lo niego.

Mario Benedetti. "EL PUSILÁNIME",
de "El olvido está lleno de memoria".

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Teorización sobre el gimnasio (parte II)

Resumen técnico:
Tiempo transcurrido: 2 meses completos
Frecuencia: Entre cinco y seis días por semana.
Adelgazamiento: 2 kilos aproximadamente. (Sobre todo los pechos ^^)
Endurecimiento: notable. Mejor distribución de lo que no se va ni a tiros ^^
Estado de ánimo: Muy positivo. Felicidad absoluta.
Nivel de adicción: Medio. A veces me da pereza levantarme, aunque aún no me lo he fugado nunca..ejjejejje
Amores platónicos: Mmmm….ninguno (raro, eh?jejej. PUES SÍI!!!!!!!)

Efectos secundarios:
-Conseguir hacer algo útil mientras toda mi vida académico-profesional se resuelve.
-Entretenido estudio sociológico de los distintos tipos de personas que acuden a un gimnasio.
-Cada vez menos vergüenza hacia el propio desnudo.
-Aprendizaje de cómo estirarme el pelo con los secadores del gimnasio ^^
-Eliminación de los excesos gastronómicos por cargo de conciencia tras tanto esfuerzo.
-Posibilidad de disfrutar de la contemplación de uno mismo continuamente en el espejo sin quedar de narcista ^^ (cada día más por tener la figura susceptiblemente más bonita)
-Ensanchamiento sutil de ciertas prendas de vestir. ^^
-Ligero sentimiento de superioridad hacia los sedentarios (ya no somos de esas!!!^^)
-Posibilidad de aborrecer toda mi música por no soportar ya los 40 principales y llevarme mi ipod.
-Placer de conocer a todos los monitores, que debido a mi/nuestra rara ejecución de todos los ejercicios siempre nos están supervisando..jajajaj
-Mayor ingesta de agua, que es muy sana.
-Reconocer las señales que indican que todos los monitores son gays..jajajja
-Odio exacerbado hacia ciertas señoras de avanzada edad que llevan la pierna en pilates hasta donde yo no la llevaré nunca.
-Odio aún más exacerbado hacia esas malditas cerdas guapas, delgadas y duras que sólo van al gimnasio para exhibirse y deprimirnos a las demás..Y SON LA MAYORÍAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA ¬¬
-Perfecta compatibilidad con el deporte nacional y uno de mis grandes hobbies: el marujeo y critiqueo ^^
-Mucho mejor humor y positivismo, sin duda alguna. (El otro día me sorprendí diciendo “Hay que ver lo bonito que es vivir, joder!”ajjajaj)
-Sensación impagable y continua de que algún día merecerá la pena todo el esfuerzo. (Me han dicho que a los cuatro meses empieza a notarse..jajajaj)

martes, 29 de septiembre de 2009

She wolf

Realmente shakira se ha salido con su nuevo single, aquí dejo la letra porque ya ni siquiera se la entiende cuando canta.


“Loba”

Sigilosa al pasar
Sigilosa al pasar
Esa loba es especial
Mirala, caminar caminar

Quién no ha querido a una diosa licántropa
En el ardor de una noche romántica
Mis aullidos son el llamado
Yo quiero un lobo domesticado

Por fin he encontrado un remedio infalible que borre del todo la culpa
No pienso quedarme a tu lado mirando la tele y oyendo disculpas
la vida me ha dado un hambre voráz y tu apenas me das caramelos
Me voy con mis piernas y mi juventúd por ahí aunque te maten los celos
CH
Una loba en el armario
Tiene ganas de salir
Deja que se coma el barrio
Antes de irte a dormir

Tengo tacones de aguja magnetica
Para dejar a la manada frenetica
La luna llena como una fruta
No da consejos ni los escucha

Llevo conmigo un radar especial para localizar solteros
Si acaso me meto en aprietos tambien llevo el número de los bomberos
ni tipos muy lindos ni divos ni niños ricos yo se lo que quiero
pasarla muy bien y portarme muy mal en los brazos de algún caballero

Una loba en el armario
Tiene ganas de salir
Deja que se coma el barrio
Antes de irte a dormir

Cuando son casi la una la loba en celo saluda a la luna
Duda si andar por la calle o entrar en un bar a probar fortuna
Ya está sentada en su mesa y pone la mira en su proxima presa
Pobre del desprevenido que no se esperaba una de esas

Sigilosa al pasar
Sigilosa al pasar
Esa loba es especial
Mirala caminar, caminar

Deja que se coma el barrio
Antes de irte a dormir



Fuiste mi ídolo con "Atología",con "Inevitable", con "No".
Pero ésta ya no eres tú.
Yo ya no te quiero.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Cumpleaaaños feliiiiz.....

Hoy es mi cumpleaños.
Supongo que debería hacer un post o algo así, pero hoy está lloviendo y no estoy de ánimo. Y no es que me deprima hacerme vieja, al contrario. Digamos que estas fechas me obligan a volver la vista atrás, y reflexionar.... cosa que estaba evitando por todos los medios desde que decidí dejar de ser esa estúpida insatisfecha e infeliz crónica.

En fin..gracias por acordaros de mí, siempre.
Os quiero muchísimo....

viernes, 25 de septiembre de 2009

Extraña mutación sentimental....

Corro el riesgo de etiquetarte en una categoría que no nos conviene a ninguno de los dos.

Yo y mi maldita manía de llamar a las cosas por su nombre.
Yo y mi maldita manía de hablarme a mí misma en voz alta.

Pero esta vez no puedo escucharme.
Te perderé si lo hago.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Para quien no conozca el cuento...

"OJOS DE PERRO AZUL". GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirarnos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes».

La vi caminar hacia el tocador. La vi aparecer en la luna circular del espejo mirándome ahora al final de una ida y vuelta de luz matemática. La vi seguir mirándome con sus grandes ojos de ceniza encendida: mirándome mientras abría la cajita enchapada de nácar rosado. La vi empolvarse la nariz. Cuando acabó de hacerlo, cerró la cajita y volvió a ponerse en pie y caminó de nuevo hacia el velador, diciendo: «Temo que alguien sueñe con esta habitación y me revuelva mis cosas»; y tendió sobre la llama la misma mano larga y trémula que había estado calentado antes de sentarse al espejo. Y dijo: «No sientes el frío». Y yo le dije: «A veces». Y ella me dijo: «Debes sentirlo ahora». Y entonces comprendí por qué no había podido estar solo en el asiento. Era el frío lo que me daba la certeza de mi soledad. «Ahora lo siento ―dije―. Y es raro, porque la noche está quieta. Tal vez se me ha rodado la sábana». Ella no respondió. Empezó otra vez a moverse hacia el espejo y volví a girar sobre el asiento para quedar de espaldas a ella. Sin verla sabía lo que estaba haciendo. Sabía que estaba otra vez sentada frente al espejo, viendo mis espaldas, que habían tenido tiempo para llegar hasta el fondo del espejo, viendo mis espaldas, que habían tenido tiempo para llegar hasta el fondo del espejo y ser encontradas por la mirada de ella, que también había tenido el tiempo justo para llegar hasta el fondo y regresar ―antes que la mano tuviera tiempo de iniciar la segunda vuelta― hasta los labios que estaban ahora untados de carmín, desde la primera vuelta de la mano frente al espejo. Yo veía, frente a mí, la pared lisa, que era como otro espejo ciego, donde yo no la veía a ella ―sentada a mis espaldas―, pero imaginándola dónde estaría si en lugar de la pared hubiera sido puesto un espejo. «Te veo», le dije. Y vi en la pared como si ella hubiera levantado los ojos y me hubiera visto de espaldas en el asiento, al fondo del espejo, con la cara vuelta hacia la pared. Después la vi bajar los párpados, otra vez, y quedarse con los ojos quietos en su corpiño, sin hablar. Y yo volví a decirle: «Te veo». Y ella volvió a levantar los ojos desde su corpiño. «Es imposible», dijo. Yo pregunté por qué. Y ella, con los ojos otra vez quietos en el corpiño: «Porque tienes la cara vuelta hacia la pared». Entonces yo hice girar el asiento. Tenía el cigarrillo apretado en la boca. Cuando quedé frente al espejo ella estaba otra vez junto al velador. Ahora tenía las manos abiertas sobre la llama, como dos abiertas alas de gallina, asándose, y con el rostro sombreado por sus propios dedos. «Creo que me voy a enfriar ―dijo―. Esta debe ser una ciudad helada». Volvió el rostro de perfil y su piel de cobre al rojo se volvió repentinamente triste. «Haz algo contra eso», dije. Y ella empezó a desvestirse, pieza por pieza, empezando por arriba; por el corpiño. Le dije: «Voy a voltearme contra la pared». Ella dijo: «No. De todos modos me verás, como me viste cuando estabas de espaldas». Y no había acabado de decirlo cuando ya estaba desvestida casi por completo, con la llama lamiéndole la larga piel de cobre. «Siempre había querido verte así, con el cuero de la barriga lleno de hondos agujeros, como si te hubieran hecho a palos». Y antes que yo cayera en la cuenta de que mis palabras se habían vuelto torpes frente a su desnudez, ella se quedó inmóvil, calentándose en la órbita del velador, y dijo: «A veces creo que soy metálica». Guardó silencio un instante. La posición de las manos sobre la llama varió levemente. Yo dije: «A veces, en otros sueños, he creído que no eres sino una estatuilla de bronce en el rincón de algún museo. Tal vez por eso sientes frío». Y ella dijo: «A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve huevo y la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea por dentro, es como si alguien me estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es como si fuera así como tú dices: de metal laminado». Se acercó más al velador. «Me habría gustado oírte», dije. Y ella dijo: «Si alguna vez nos encontramos pon el oído en mis costillas, cuando me duerma sobre el lado izquierdo, y me oirás resonar. Siempre he deseado que lo hagas alguna vez». La oí respirar hondo mientras hablaba. Y dijo que durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, al través de esa frase identificadora. «Ojos de perro azul». Y en la calle iba diciendo en voz alta, que era una manera de decirle a la única persona que habría podido entenderla:

«Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul». Y dijo que iba a los restaurantes y les decía a los mozos, antes de ordenar el pedido: «Ojos de perro azul». Pero los mozos le hacían una respetuosa reverencia, sin que hubieran recordado nunca haber dicho eso en sus sueños. Después escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas: «Ojos de perro azul». Y en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos, escribía con el índice: «Ojos de perro azul». Dijo que una vez llegó a una droguería y advirtió el mismo olor que había sentido en su habitación una noche, después de haber soñado conmigo. «Debe estar cerca», pensó, viendo el embaldosado limpio y nuevo de la droguería. Entonces se acercó al dependiente y le dijo «Siempre sueño con un hombre que me dice: “Ojos de perro azul”». Y dijo que el vendedor la había mirado a los ojos y le dijo: «En realidad, señorita, usted tiene los ojos así». Y ella le dijo: «Necesito encontrar al hombre que me dijo en sueños eso mismo». Y el vendedor se echó a reír y se movió hacia el otro lado del mostrador. Ella siguió viendo el embaldosado limpio y sintiendo el olor. Y abrió la cartera y se arrodilló y escribió sobre el embaldosado, a grandes letras rojas, con la barrita de carmín para labios: «Ojos de perro azul». El vendedor regresó de donde estaba. Le dijo: «Señorita, usted ha manchado el embaldosado». Le entregó un trapo húmedo, diciendo: «Límpielo». Y ella dijo, todavía junto al velador, que pasó toda la tarde a gatas, lavando el embaldosado y diciendo: «Ojos de perro azul», hasta cuando la gentes se congregó en la puerta y dijo que estaba loca.

Ahora, cuando acabó de hablar, yo seguía en el rincón, sentado, haciendo equilibrio en la silla. «Yo trato de acordarme todos los días la frase con que debo encontrarte ―dije― . Ahora creo que mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con que puedo encontrarte». Y ella dijo: «Tú mismo las inventaste desde el primer día». Y yo le dije: «Las inventé porque te vi los ojos de ceniza. Pero nunca las recuerdo a la mañana siguiente . Y ella, con los puños cerrados junto al velador, respiró hondo: «Si por lo menos pudiera recordar ahora en qué ciudad lo he estado escribiendo».

Sus dientes apretados relumbraron sobre la llama. «Me gustaría tocarte ahora», dije. Ella levantó el rostro que había estado mirando la lumbre: levantó la mirada ardiendo, asándose también como ella, como sus manos: y yo sentí que me vio, en el rincón, donde seguía sentado, meciéndome en el asiento. «Nunca me habías dicho eso», dijo. «Ahora lo digo y es verdad», dije. Al otro lado del velador ella pidió un cigarrillo. La colilla había desaparecido de entre mis dedos. Había olvidado que estaba fumando. Dijo: «No sé por qué no puedo recordar dónde lo he escrito». Y yo le dije: «Por lo mismo que yo no podré recordar mañana las palabras». Y ella dijo, triste: «No. Es que a veces creo que eso también lo he soñado». Me puse en pie y caminé hacia el velador. Ella estaba un poco más allá, y yo seguía caminando, con los cigarrillos y los fósforos en la mano, que no pasaría el velador. Le tendí el cigarrillo. Ella lo apretó entre los labios y se inclinó para alcanzar la llama, antes que yo tuviera tiempo de encender el fósforo. «En alguna ciudad del mundo, en todas las paredes, tienen que estar escritas esas palabras: “Ojos de perro azul” dije―. Si mañana las recordara iría a buscarte». Ella levantó otra vez la cabeza y tenía ya la brasa encendida en los labios. «Ojos de perro azul», suspiró, recordando, con el cigarrillo caído sobre la barba y un ojo a medio cerrar. Aspiró después el humo, con el cigarrillo entre los dedos, y exclamó: «Ya esto es otra cosa. Estoy entrando en calor». Y lo dijo con la voz un poco tibia y huidiza, como si no lo hubiera dicho realmente sino como si lo hubiera acercado el papel a la llama mientras yo leía: «Estoy entrando ―y ella hubiera seguido con el papelito entre el pulgar y el índice, dándole vueltas, mientras se iba consumiendo y yo acababa de leer ― ...en calor», antes que el papelito se consumiera por completo y cayera al suelo arrugado, disminuido, convertido en un liviano polvo de ceniza. «Así es mejor ―dije―. A veces me da miedo verte así. Temblando junto al velador».

Nos veíamos desde hacía varios años. A veces, cuando ya estábamos juntos, alguien dejaba caer afuera una cucharita y despertábamos. Poco a poco habíamos ido comprendiendo que nuestra amistad estaba subordinada a las cosas, a los acontecimientos más simples. Nuestros encuentros terminaban siempre así, con el caer de una cucharita en la madrugada.

Ahora, junto al velador, me estaba mirando. Yo recordaba que antes también me había mirado así, desde aquel remoto sueño en que hice girar el asiento sobre sus patas posteriores y quedé frente a una desconocida de ojos cenicientos. Fue en ese sueño en el que le pregunté por primera vez: «¿Quién es usted?». Y ella me dijo: «No lo recuerdo». Yo le dije: «Pero creo que nos hemos visto antes». Y ella dijo, indiferente: «Creo que alguna vez soñé con usted, con este mismo cuarto». Y yo le dije: «Eso es. Ya empiezo a recordarlo». Y ella dijo: «Qué curioso. Es cierto que nos hemos encontrado en otros sueños».

Dio dos chupadas al cigarrillo. Yo estaba todavía parado frente al velador cuando me quedé mirándola de pronto. La miré de arriba abajo y todavía era de cobre; pero no ya de metal duro y frío, sino de cobre amarillo, blando, maleable. «Me gustaría tocarte», volvía a decir. Y ella dijo: «Lo echarías todo a perder ―volvió a decir, antes que yo pudiera tocarla―. Tal vez, si das la vuelta por detrás del velador, despertaríamos sobresaltados quién sabe en qué parte del mundo». Pero yo insistí: «No importa». Y ella dijo: «Si diéramos vuelta a la almohada, volveríamos a encontrarnos. Pero tú, cuando despiertes, lo habrás olvidado». Empecé a moverme hacia el rincón. Ella quedó atrás, calentándose las manos sobre la llama. Y todavía no estaba yo junto al asiento cuando le oí decir a mis espaldas: «Cuando despierto a medianoche, me quedo dando vueltas en la cama, con los hilos de la almohada ardiéndome en la rodilla y repitiendo hasta el amanecer: “Ojos de perro azul”».

Entonces yo me quedé con la cara contra la pared. «Ya está amaneciendo ―dije sin mirarla―. Cuando dieron las dos estaba despierto y de eso hace mucho rato». Yo me dirigí hacia la puerta. Cuando tenía agarrada la manivela, oí otra vez su voz igual, invariable: «No abras esa puerta ―dijo―. El corredor está lleno de sueños difíciles». Y yo le dije: «Cómo lo sabes?». Y ella me dijo: «Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba dormida sobre el corazón». Yo tenía la puerta entreabierta. Moví un poco la hoja y un airecillo frío y tenue me trajo un fresco olor a tierra vegetal, a campo húmedo. Ella habló otra vez. Yo di la vuelta, moviendo todavía la hoja montada en goznes silenciosos, y le dije: «Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo». Y ella, un poco lejana ya, me dijo: «Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el campo». Se cruzó de brazos sobre la llama. Siguió hablando: «Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y nunca ha podido salir de la ciudad». Yo recordaba haber visto la mujer en algún sueño anterior, pero sabía, ya con la puerta entreabierta, que dentro de media hora debía bajar al desayuno. Y dije: «De todos modos, tengo que salir de aquí para despertar».

Afuera el viento aleteó un instante, se quedó quieto después y se oyó la respiración de un durmiente que acababa de darse vuelta en la cama. El viento del campo se suspendió. Ya no hubo más olores. «Mañana te reconoceré por eso ―dije―. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: “Ojos de perro azul”». Y ella, con una sonrisa triste ―que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable―, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día». Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».

Ojos de perro azul

Qué estúpida me siento por no haberte arrastrado a este cielo mucho antes, sabiendo que pudimos y que ahora ya es tarde, y en cuestión de nubes te acabarás marchando bien lejos.

No me perdono no haberte conocido antes.
No me perdono ser humana y no poder prever los acontecimientos, no haber disfrutado cuando pudimos lo que a partir de ahora no podremos.


Espero que echar de menos lo que no hicimos sea suficiente castigo para hacer de esta honda tristeza un nuevo punto de inflexión, otra útil lección acumulada y aprendida.

(...)
No me creerás cuando te diga
que no he dejado de pensarte;
regálame de nuevo aquella noche en la que yo
no supe aprovecharte *.




Para cuando quiera ser feliz, no lo dudes. Recordaré todo lo que planeamos; a lo que sí nos atrevimos.
Y cuando quiera llamarte, ya lo sabes. “Ojos de perro azul”.

Déjame entrar por tu ventana
directo a tu cama,
y sigue durmiendo,
que si abres los ojos
yo me iré corriendo.
Y deja que me cuele por entre tu ropa
para no tener frío,
cuando el sol nos queme, tú despertarás,
y yo me habré ido*.

*César Rodríguez. “Déjame entrar”

Siempre “Ojos de perro azul”.


jueves, 17 de septiembre de 2009

Por tus bofetadas....

Dudo que exista en esta vida mayor éxito que conseguir tomar café con tu fracaso, sin que ninguno de los dos pares de ojos haya perdido ni pizca de su viejo agradecimiento, ni de su bien ganada fidelidad.

No quiero perderte nunca. Te debo demasiado.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Mundo Maravilloso

Seguro que todo el mundo ha estado de acuerdo con los escasos “mundos maravillosos” que llevo publicados en este blog (mea culpa que sean tan pocos, lo siento en el alma). Sin embargo, hay veces que sorprende ver que hay discrepancia de opiniones, y quizá ésta sea una de ellas. Asumo el riesgo de no conseguir en este “elogio” desinteresado un respaldo universal, aunque sinceramente no es lo que busco (sí lo que me gustaría).


Óleo. 100x70cm. Realizado en 2009 por la presente ^^

No me negarán que no les apetece recoger los bártulos e ir a ver en vivo y en directo la maravillosa fiesta del Toro de la Vega, en Tordesillas. ¡Debe ser tan estimulante, tan divertido, que todo el pueblo siga en pleno al toro para clavarle las lanzas desde sus hermosos caballos, y que cualquier ciudadano, por mediocre que sea su puesto en la escala social, pueda tener el derecho de sentirse superior a algo y rematarlo con palos y estacas, hasta que muera! Ya ni siquiera le damos el supuesto juego justo del uno contra uno con el que se defienden los partidarios del toreo, para qué tanto eufemismo inútil. Esto es lo que nos gusta, matar al toro como machotes, comérnoslo si hace falta, que no digan luego que no le ponemos finalidad al acto. De sobra sabemos que hay muchos veterinarios que afirman que el animal no sufre nada de nada en esta fiesta (claramente su juicio es estrictamente profesional y objetivo, hecho con rigor científico y preocupación humanitaria). Sin lugar a dudas es todo un orgullo para él ser asesinado con tan privilegiado fin. ¡Cuántos de sus compañeros toros no firmarían por tener el honor de correr la misma suerte! Y si sufre..pues bueno, oye, para eso ha estado comiendo gratis y pastando toda la vida, sin dar palo al agua, y no se nos olvide que ese destino lo eligió el mismo, y que todos ganamos mucho dinero con la industria del toreo y de estas festividades. Es más, agradecidos nos tendría que estar Greenpeace porque el toro ya se hubiera extinguido de no salir nosotros a defender su permanencia en la vida y en este retrato tan castizo y subdesarrollado que toda Europa tiene de nosotros, sin saber por qué.

Así que, sin haber visto nunca esta fiesta (qué mal hablar de algo que conozco, ¿verdad?) os exhorto sin duda a acudir y disfrutar del espectáculo.
Porque, al menos yo, dudo que haya muchas cosas que ilustren mejor que esto lo realmente podrido que está el ser humano, y gracias a él, también este mundo maravilloso.

martes, 15 de septiembre de 2009

Amelie......

Es curioso. Hice una de estas chorradas que tiene facebook, "Tu frase de Amelie". A veces el mundo te da una palmada para que sigas bien recto hacia adelante. Habrá que hacerle caso.. ;)

"Amelie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad, la empapa de golpe"


Ya somos dos, pequeña!

lunes, 14 de septiembre de 2009

Reflexión sobre un cambio de look ;)

Hace tiempo que no me reconozco en el negro de esta casa, en lo triste de sus muebles, en las aparentes pocas ganas de disfrutar la vida que se desprenden de cada poso amargo que he dejado pudrirse aquí para que no me pudriera a mí por dentro.
A veces me he detenido en la puerta sin ni siquiera atreverme a entrar. No puedo obviar que no soy la misma que empezó este blog; no puedo hacer oídos sordos a este cambio que se ha operado desde dentro hasta fuera, y que empieza a exigirme ser visible.

Porque me siento bien. Me siento curiosamente feliz últimamente. En esta extraña época de cambio, de desorden y de ansia, paradójicamente todo está en su sitio, empiezo a entender esas verdades tan evidentes que me repetía una y otra vez pero que jamás entraron en mi mollera, bien empeñada en hacer de mi vida un drama apoteósico y sublime donde el abismo era la única salida, blindada a cal y canto a cualquier pensamiento que pudiera contener la coherencia que predico.

No. Decididamente no soy así.
No soy esa mujer depresiva, no soy esa chica que no confía e sí, ni en lo que vale.
Soy feliz, aunque no lo parezca.

Y creo que ya es momento de empezar a parecerlo, y a vivir en consecuencia.

Así que empiezo desterrando el negro, dejando pasar la luz, viviendo de día y dejando la noche únicamente para la noche. Que para eso siempre hay tiempo.

(Será la lluvia, y el otoño, que me hace tan feliz...)

Annika Von Hausswolff

Tengo el honor de informaros que ha comenzado mi (modesta) carrera profesional. Se me encargó hacer un reportaje fotográfico del montaje de la exposición “The black box is orange”, de la artista sueca de prestigio internacional Annika von Hausswolff, para ilustrar el proceso en el catálogo que La Conservera (el centro de arte contemporáneo donde tiene lugar dicha exhibición) ha editado para la exposición de esta artista.
Por lo tanto, yo soy, por primera vez, una de esas personas que aparecen publicadas minúsculamente en la página de atrás de los catálogos, algo tan pequeño para todos, pero tan tan grande para mí…


Así que…
Esto empieza ahora! ;)



Para mayor información sobre este centro:
"La Conservera, Centro de Arte Contemporáneo de Ceutí (Murcia), inaugurará el próximo 12 de septiembre su segundo ciclo de exposiciones. Instalada en una antigua fábrica de conservas rehabilitada como museo por el arquitecto Fernando de Retes, La Conservera fue inaugurada el pasado 17 de mayo y cuenta con cuatro salas expositivas diferentes, que en conjunto alcanzan los 4.800 metros cuadrados.
A partir del próximo 13 de septiembre, el público podrá contemplar en Ceutí exhibiciones dedicadas a cuatro artistas femeninas, tres de las cuales presentan su obra en España, de forma individual, por primera vez. Se trata de Rosalía Banet, Annika von Hausswolff, Marilyn Minter y Mickalene Thomas, creadoras que tienen en común su interés por todo lo relativo a la plasmación de la identidad femenina en el arte, sus investigaciones en torno a la retroalimentación existente entre los medios fotográfico, pictórico y escultórico y su uso del cuerpo de la mujer como soporte de la mayor parte de su producción".

Tomado de:
http://www.masdearte.com/noticias/articulo/conservera_presenta_ciclo_exposiciones_12740.htm


www.laconservera.org

viernes, 11 de septiembre de 2009

"Hola, yo soy Julia..."

Lo bueno de que se nos ocurriera dejar migajas es que un día podemos echarle huevos y seguirlas.

Y yo, dando tumbos, ya he empezado.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

....EN EL ÁNGULO EXACTO

PREFACIO


ELLA

Me gustaría pensar que esta noche, como todas las demás noches, has salido a tu balcón a recibirme.
Me he puesto el vestido más blanco para que cuando asomes tu linterna te encuentres con el vuelo de mis sedas.

Cuesta verte desde aquí.
Cuesta imaginar la cara que llevas puesta esta noche.
Duele estar a años luz de ti, volcada tras esta ventana, en esta habitación blanca. Circular.


Algún día podrás tocarme, si vienes.
Algún día podré tocarte, si consigo bajar...


ÉL

No creas que este día me ha arrancado sonrisa alguna, que es posible hallar consuelo lejos de tu luz, que ha sido fácil no tenerte en luna nueva.

Te sueño como cada día, te busco como cada noche, me escondo y rujo y rompo las cortinas de mi cuarto cuando no te muestras, y retumban los quebrares de costillas al ritmo de campanas huecas en esta triste habitación.

Demasiado tiempo esperando a que vengas.
Demasiado tiempo sin buscarte.

Me cansé...
Ya es hora de hacer algo.




CAPÍTULO I


ELLA

El día que Ella conoció a Él, estaba sentada junto a la ventana, como cada noche. Jugaba con la linterna apuntando al infinito, apuntando a Marte, apuntando a Júpiter, apuntando a la Tierra.
El vestido apenas le rozaba las baldosas blancas, y el corazón, como cada día, se aburría de latir.
Soltaba el vaho en la ventana y dibujaba corazones, sin saber bien qué eran. Se limitaba a copiarlos de la biblioteca de la sala, que estaba llena de libros, todos al alcance de la mano. Sin saber por qué, ya estaban antes de que Ella llegara.
Sin saber por qué, ella siempre había estado allí.
Sola, junto a la ventana.
Con una silla.
Con una cama.
Con la linterna.
Sólo eso, en una habitación circular con techo abovedado.

Y el silencio.

El absoluto, rotundo, tremendo... silencio, si es que eso se puede imaginar.



ÉL

El día que Él conoció a Ella, cogió un cigarro y salió al balcón a contar estrellas, apenas visibles tras el humo de su gris ciudad (como él, podrida).
Le lloraban los pulmones de respirar en balde, como cada día.
Plantó los ojos al vacío y empezó la cuenta.
Una.
Dos.
Tres.
Humo.

A la cuarta la luz le bañó de lleno, le vistió de pies a cabeza de blanco inmaculado.
Corrió a su cuarto a coger el espejo de mano, y con la garganta en precipicio salió de nuevo a buscar la luz.

Con el pulso tembloroso colocó el perfecto ángulo de visión.
Devolvió el reflejo, y miró.

Entonces la vio.


ELLA

Por primera vez en su vida se le escapó de la boca un sonido. Un imperceptible “Oh”.
Por primera vez abrió sus ojos grises como manos, y sin saber de dónde sacó el conocimiento de mover los pies (eternamente atada a aquella silla) se levantó y nadó la vista en el espacio, buscando como loca el origen de la luz, vibrando su linterna, devolviéndole el favor.
Y las luces se encontraron en el momento preciso, en el lugar indicado, en el ángulo exacto.
Y con sus ojos extraterrestres, le encontró.


ÉL Y ELLA

De pie, aterido de frío, él miraba a Ella, y escrutaba a continuación, con ansia incontenida, las casas vecinas, las calles llenas de dióxido de coche, las farolas de bombilla pobre.
Y el cielo.
Y entre él y la luz sólo encontraba la Luna. La Luna. La Luna. La Luna.
La Luna, y un par de ojos grises reflejados, y una nariz helada como témpano, y unos labios dulces como miel.

Ella le devolvió el esfuerzo mientras pudo, lo hizo con deseo intemporal, con ilusión desconocida, con pasión arrebatada.
Y la Tierra se fue moviendo, hasta que la luz se le rompió, y no pudo verle más.

Y el Sol le encontró de pie, callado. Y el espejo se apagó.



ELLA

Las horas se sucedieron eternas, cada paraje conocido iba dando paso al siguiente con asfixiante lentitud. Conocía como piel propia cada montaña, cada río, cada nube. Pero nunca el tiempo le había pesado, nunca los minutos le habían dolido. Y ahora le parecía eterna la espera, le parecían insalvables los giros que la separaban de ayer.
Pero no se cansaba de agitar la linterna, y ya no quería sentarse, no quería despertar la mente, no quería alejarse del cristal, no podía pensar en otra cosa, no sabía hacer otra cosa más que esperarle.
Sólo quería decir “Oh”, una vez más...



ÉL

Misma hora, mismo sitio, mismo rostro, misma magia, misma vida, misma Luna.
Y el latido acelerado.
Como cada día, desde que la conoció.



CAPÍTULO II


ELLA

Me gustaría pensar que esta noche, como todas las demás noches, has salido a tu balcón a recibirme.
Me he puesto el vestido más blanco para que cuando asomes tu linterna te encuentres con el vuelo de mis sedas.

Cuesta verte desde aquí.
Cuesta imaginar la cara que llevas puesta esta noche.
Duele estar a años luz de ti, volcada tras esta ventana, en esta habitación blanca. Circular.


Algún día podrás tocarme, si vienes.
Algún día podré tocarte, si consigo bajar...


ÉL

No creas que este día me ha arrancado sonrisa alguna, que es posible hallar consuelo lejos de tu luz, que ha sido fácil no tenerte en luna nueva.

Te sueño como cada día, te busco como cada noche, me escondo y rujo y rompo las cortinas de mi cuarto cuando no te muestras, y retumban los quebrares de costillas al ritmo de campanas huecas. En mi habitación.

Demasiado tiempo esperando a que vengas.
Demasiado tiempo sin buscarte.

Me cansé...
Ya es hora de hacer algo.


ELLA

Me comprimen el pecho estas paredes y ya no aguanto el día, me quema los ojos, me daña el pecho, me quiebra los brazos golpear esta maldita ventana.
Esto no es vida. Esto no puede ser la vida.

Tengo que encontrarte.
Ya no puedo seguir aquí.
Me quedé sin aire...


CAPÍTULO III

ELLA

Por primera vez en su vida giró despacio el pomo de la ventana y la abrió.
Sujetó las faldas del vestido, y apoyándose en la silla se encaramó con cuidado al alféizar, dejando que todo el universo la observara, arrobado.


ÉL

Desde la terraza del edificio enfocó el espejo.
Estaba preparado. Era la hora. Era el día. Y se encontraba en el ángulo exacto.

Todo estaba listo abajo, y así se lo dijo.
Y desde el otro lado, allá arriba, su boca le sonrió.


ELLA

Nunca había probado el aire, nunca había sentido frío.
Y no sabía qué iba a pasar, a dónde iba a llevarlos esa idea loca. No sabía si había frontera, si había mundo paralelo, si en algún sitio, en algún lugar, en algún ángulo aún desconocido, existía un planeta para ellos.

Pero no tenía miedo.
No podía ser de otra forma.
Antes o después, estaría con Él.



ÉL

Dejó el espejo en el suelo y se acercó a la tapia de cemento, encaramándose a ella con seguridad.
Tragó aire y miro al mundo a los ojos. Nunca se había sentido tan útil, tan vivo, tan valiente.
Sólo por ella le latía con sentido el corazón.


ÉL Y ELLA

Estiró la pierna y dio el paso.
Estiró la pierna y dio el paso.








Dicen que si ves una estrella fugaz, trae suerte pedir un deseo.




EPÍLOGO


La muchacha abrió los ojos por primera vez y se encontró sentada en una silla, junto a la ventana de una habitación circular, desconocida, con una cama, unos libros y una linterna.

Cogió, casi por instinto, la linterna, y asomada a la ventana, en silencio, comenzó a alumbrar.

Mundo nuevo

Reconozco que he intentado construir para cada él, y para mí, un mundo perfecto donde no hubiera más impuesto que querer, quererse y ser querido.


Perdóname por no haberlo conseguido.

Estados de ánimo

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.


Mario Benedetti

lunes, 7 de septiembre de 2009

Por suerte o por desgracia


Plaza de la catedral. Murcia 2008

Si fuera capaz de dar cada paso justo donde di el paso anterior, y deshacer lo hecho con la misma facilidad con la que hago lo que ya he hecho antes, llegaría al punto origen de gravedad cero, y me quedaría probablemente quieta, esperando esa magnifica revelación que antes me guió erróneamente, para que viniera a pagarme al contado las deudas que me debe.

Me quedaría sentada esperándola en alguna piedra, sin saber hacer algo distinto de lo que en su día hice, sin entender otra forma de actuar que la que siempre uso.
Tengo la suerte o la desgracia de tener ya un estilo definido, de haber adquirido ya mil manías y una personalidad que se ha acostumbrado a mis quehaceres, y que ahora no sabe como irse de mi vida. No tiene otro sitio al que ir, parásita de mis actos de autómata, conciencia de un cuerpo servicial que no protesta por sistema, pues ,por suerte o por desgracia, el buen humor es siempre garantía de golpe amortiguado, de buen perder. Y no hay venganza que prospere ni odio que dure un poco si, por suerte o por desgracia, nos toca un carácter noble.

Pero no tengo aún la suerte de poder saltar el tiempo, ni hacia delante ni hacia atrás, ni tengo el poder de conocer cómo funciona el mundo, ni tengo herramientas para cambiar mis formas, ni tengo espacio para almacenar todos mis sueños, ni tengo cuerda para retener mis prisas, ni tengo suerte para apostar sin miedo, ni tengo visión x para huir de materiales pobres.
Ni aún hoy puedo dejar de cuestionarme.

Parece que la vida es eterno retorno, y sin pretenderlo o pretendiéndolo vuelvo al punto origen de gravedad cero.
Y espero sentada a que algo me enseñe cómo vivir la vida de otra forma, porque a veces me hace daño vivirla a mi manera.