El destino tiene una forma curiosa de hacer y deshacer,
de enmendar (o remendar más bien) los cabos sueltos,
y a ti te lió hambriento la manta a la cabeza, sirviendo
en plato frío la victoria sucia que a fuego y hierro
te ha grabado ante mí una sempiterna marca.
En realidad no me importa si te mereces o no
ser feliz; si en realidad lo eres, o padeces
de algo más que ego, gula y exceso de (propio) amor.
Porque ya bailaste al son del tambor, enardecido,
y cubierto tu cupo, yo de lo que me he reído
es de que el destino a veces se equivoque tanto,y otras,
en cambio, acabe tan lleno de razón.