Si te dijera por qué he querido acabar contigo no lo
entenderías. Pensarías que es un tren lo que me revuelve la cabeza, que es aire
poluto lo que se me condensa en el alma, y que no sé lo que tengo, ni lo que
digo, cuando a este lado de la vida se me pone el Sol.
Tal vez seas tú el cuerdo, el combativo, pero te mataría una
y mil veces; por una muerte tuya desgranaría palmo a palmo cada una de mis
pieles, negra, empequeñecida. Sorda de odio al mundo, de dolor. Sorda de
cansancio y de estigma, avanzando con la izquierda lo que la derecha
desmantela. Sorda, sorda, sorda de ti y tus espacios, de ti y mi altavoz.
Y no te mataré porque no me atrevo,
hasta que cierre los
ojos, y por primera y última vez al despuntar el día
pueda ser al fin la dueña de esta situación.