Voló la golondrina de mi nido.
Sin despedirse.
Pero no he de mentirme, yo ya lo sabía.
Llevaba tiempo viéndola preparase, mirarme, buscarme.
Me llamaba sin palabras, me lloraba sin lágrimas, tratando
de hacerme ver que el vuelo estaba en marcha, que sólo yo podría detenerla, con
mi vida.
Y fingí no darme cuenta. Miré para otro lado. Lo sabía
entonces, lo supe condenadamente, lo sigo sabiendo, lo veo en el pulso agitado,
en el miedo que me hiela.
Y no me levanto; atada a mis dudas infinitas sigo muerta, no
puedo levantar los brazos y agarrarla, no quiero llamarla, ni perderla, ni
llorarla, ni vivirla, ni calmarla.
No quiero con ella, quiero con todas. No quiero conmigo,
quiero con nada, y con todo. Quiero con esta falsa seguridad y con mi
inseguridad a moratones, con mi autoestima autoingfligida. Que me revienten en
el pecho todos los todos, que me insuflen esa vida artificial que ahora es
pegamento.
Aunque luego llore porque no la tengo a ella, a mi golondrina.
Aunque luego llore, y llore, y llore, y llore, y nunca jamás
entienda por qué la dejé ir.
Suena "De las dudas infinitas", de Supersubmarina
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