Noto golpear mis pies un pez huidizo que ha creído que son mis muslos rocas.
Me azota por debajo del horizonte que se ondula en mi ombligo, en la playa donde siento el rastro de tu nieve, donde huelo los copos hechos lluvia,la lluvia hecha agua,el agua quemándome la sal.
Aletea entre mis piernas un pez que se convierte, sin saberlo, en mi último tacto, en última escama, y me abre la veda en un mar donde para buscarte me baño, y para llamarte me ahogo,
en vano.
Cierro los ojos y dejo que me llene por completo la negrura del fondo, y bancos de peces ciegos me anidan las costillas, y me hundo lenta, lenta, lentamente, con los ojos abiertos y las manos vueltas de repente algas, viendo cómo sorprendentemente no vienes a salvarme.
Y la radiografía ha salido gris esta vez, no vió el doctor pulmón, ni derrame, ni cornisa. “Está muerta, no cabe duda. Se ahogó”.
Pero qué sabrán ellos.
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