Yo tenía un pajarito. Un pajarito bien atado, entre mis
manos.
Y no lo quería, lo solté. Lo solté y ahora lo extraño. Extraño
el pico, me pesa el vacío, el oleaje. Me pasa el alma, la desidia, la cuestión. Y nada es bastante. A veces el odio. Otras
el temor.
Pero nada es bastante, ni siquiera el oleaje. Porque extraño
lo que tuve, ansío lo que no viene, rechazo lo que tengo. Dónde están las
amapolas. Dónde queda la sorpresa, tu pico, el trazo, la espera, el carbón.
2 comentarios:
¡Me parece hermosísimo todo lo que escribes y no es amor de madre!
No sé dónde están tus amapolas, pero te mando un poco de las mías, Julia.
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