Ahora que ya ha pasado un tiempo seguro que- acompasado por leves episodios de nostalgia- te sientas frente a la pared y cierras los ojos, dándote, aún en silencio, la razón.
Cierras seguro los ojos y dejas escaparse la bocanada del humo que ya no fumas, te agarras al silencio que marca ahora tu tic tac. Y seguro que, al menos a veces, dedicas algo de tu tiempo a pensar.
No podía ser amor eso en lo que nos habíamos convertido. No podía ser ya amor ese saberme de memoria, ese no sorprenderte ya nada de mí, el anticiparnos las palabras, las acciones, los deseos.
Terminar la cuenta del otro, creer que ya no podía quedar nada por descubrir, por hacer, por invadir, nada que pudiera hacernos sangre. Ese sentimiento de pertenencia absoluta y oscuramente profunda ya no era pájaros, ni culebras, ni espino, ni veneno, ni el más rojo de los cielos, ni literatura de la cara o la barata.
Y coges tus llaves, ya no sé en qué bolso las estás metiendo, ya no sé qué chaqueta vas a ponerte, si será nueva, si la conozco, si la reconoceré. Pero seguro que coges tus llaves y cierras la puerta, y yo sigo ahí evaporándome un rato más como el humo que ya no fumas, desdibujada entre los regalos de tu pared, recorriendo tus muebles, tus paredes, tus restos, hasta que por fin -sin resistencia alguna- me dejes desaparecer.
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