No acudes a mí cuando pienso en la hermosura,
ni son tus ojos negros ya un espejo
en el que descubrirme cada día.
Tal vez yo no haya aprendido nada,
ni pueda saciarme de antídoto, de nostalgia ni
de amor.
He lanzado al viento tantas veces la pregunta
que se mezclan las letras en mis labios,
se quedan pegadas a mis labios y no pueden
salir.
Y las lamo con angustia, con pena - hijas
mías-
clamando por un padre sin boca ni voz ni voto;
sin angustia, ni pena, ni queja, ni vela en
este entierro,
un padre nacido y muerto de hastío y de
terror.
No acudes ya
a mí cuando pienso en la hermosura
-como hacías antes- comparado con el alba
y con la más cerrada oscuridad.
Pero acudes tantos días, de tantas formas,
acudes con tantos nombres, con tanta osadía
que te abrazo y me siento en casa contigo.
Cierro los ojos y me dejo abrazar por ti
y me abrazo de ti,
y sigues llenándome de mí misma,
de la más completa y absurda mezquindad.