El lobo vino a verme
y me mordió el rostro
y las pupilas.
Cubrió con su pelo mi espalda, me arañó el alma
y a mí sólo me sangró la espera, la pausa, la marea.
Roja caperucita era yo, sin miedo al lobo,
amapola radiante en tierra fértil
cuando le abrí la puerta.
Y él rasgó la noche,
apartó con sus dientes las estrellas,
las ató todas a sus largas cuerdas,
y con ellas me anudó la piel y la savia
para que no se deshicieran.
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