Qué bien le sienta a tu cara
la luz roja que te baña,
el crepitar de una lumbre que se consume
asomándose desde mi espalda.
Navega las ondas de mi pelo
que recoges con la mano,
y la esparces como polvo de hadas
por mis cejas, por mi cuello;
la lanzas al aire,
la desperdigas por el suelo.
Y ella -esta testaruda luz-
siempre vuelve a colgarse de tu pecho.
Qué bien le sienta a tu cara
esto que estoy sintiendo.
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