Hay junto a la orilla del camino un bosque frondoso
en el que cada vez que puedo me encuentro y me pierdo
hasta que canta el gallo y el alba ilumina de pronto al
fondo
las montañas, un par
de rocas firmes, duras,
que agarro con ambas manos, las empujo hacia mí.
Cierran como un fuerte todo lo importante,
se abren como sésamo a las palabras mágicas
y de entre ellas se escapa el ogro,
un ogro que gruñe, frunce el ceño, odia la luz del sol.
Tendré que hacerle como a los gatos,
usar la fórmula mena que le haga ronronear.
Y entonces se ablandará como fruta madura,
me mirará,
y él mismo, sin saberlo, será el poema
que le pienso regalar.
(18.2)
No hay comentarios:
Publicar un comentario