Es difícil decir lo que quiero decir
es penoso negar lo que quiero negar

mejor no lo digo
mejor no lo niego.

Mario Benedetti. "EL PUSILÁNIME",
de "El olvido está lleno de memoria".

martes, 31 de marzo de 2020

Aída e Iván

Relato finalizado en marzo de 2001

Relato ganador del Segundo Premio de Narrativa del IES Mariano Baquero (Murcia), 2001.     



1.-Aída
El estanque era un lugar precioso, a medio camino entre azul y plateado. Pero era por la noche cuando se notaba la viveza de colores del agua, y el rico espectáculo que ofrecían los lirios dándose la mano, cantando con sus voces melodiosas y tristes las notas pálidas de una pálida monotonía: la del viento.
Sentada frente al estanque, Aída contemplaba los lirios y el reflejo que se dibujaba en el agua: el reflejo de un jovencísima hada, de preciosas alas multicolores y cabello largo, entre azul y verde.
Aída era una de las hadas jóvenes del clan, casadera y aún con un destino por forjar. Los sabios la mandarían a cuidar de los árboles, o de algún animal, o, con un poco de suerte, a cuidar del estanque. Ese era su sueño. Daría cualquier cosa por conseguirlo...
Se levantó, y su preciosa figura, digna de una reina, se elevó por los aires. El batir de las alas y el brillo que desprendían al filtrar su luz la Luna, cautivaron de nuevo, como tantas otras veces, al príncipe de los duendes, que la observaba tras los arbustos.


 2.-Iván
Se había enamorado, no podía evitarlo. Era el hada más bonita que jamás hubiera visto, con una elegancia y un porte que ni una diosa hubiera podido desear para sí. Hacía mucho tiempo que deseaba hacerla suya, desposándola y entregándole todo cuanto ella quisiera: desde su imponente castillo hasta su sencillo pero poderoso amor. Mas ella parecía no corresponderle, no ya a él, que ni siquiera se había declarado, sino a todos los hombres. Había quien decía que había nacido sin alma, pero ésos no la conocían. Tenía un corazón puro y bueno. Iván estaba seguro de que Aída podría amarle con más fuerza que muchas de las hadas tontas que presumían de ser apasionadas y ardientes. Tan sólo debía esperar. Se alzó en el aire y emprendió el regreso a casa, a su castillo.


3.-Aída
Sobrevolaba el reino por un lugar desconocido cuando oyó las voces. Voces de hombre, voces de humano. Se aproximó a lo desconocido, ocultándose tras la maleza. Y entonces lo vio. Su corazón dio un vuelco, y supo que jamás podría separarse de aquel ser dos metros más alto, que nunca podría verla, pero que sería dueño, sin saberlo, del corazón de un hada joven e inocente que tenía mucho que ganar y todo por perder. Recostada en una rosa, se dijo a sí misma que nunca se separaría de aquel ser, que había nacido por y para cuidarle. Y se acomodó, preparada para dormir sobre aquella flor, la misma en la que pasaría todas las noches del resto de su vida.


4.- Iván
El rey no solía llamar a sus hijos a su presencia, de modo que algo muy importante debía de ocurrir. Los doce príncipes, de rodillas ante su padre, escucharon atentos.
 -    Escuchadme bien, hijos míos. Han llegado rumores a nuestras tierras de que hay humanos cerca. Llevan máquinas grandes, y vienen con la intención de hacer de nuestro estanque un mísero y pobre terreno sobre el que edificar sus estúpidas casas. Debemos evitarlo.
-  ¿Y cómo vamos a conseguirlo, padre? Somos demasiado pequeños. Nos aplastarán si nos descubren.- preguntó el mayor de los doce hermanos; el heredero al trono del reino de las Hadas y los Duendes.
-   Consultad con los consejeros de guerra. Ellos planearán las estrategias militares. Y debéis formar un ejército. Yo mismo iría si no fuera por la enfermedad que me consume. Marchad, y decidles a esos ladrones de tierra que nadie nos va a arrebatar lo que es nuestro.
Los doce príncipes abandonaron uno a uno la sala. Iván se detuvo y miró a su padre.  No. Aquel no era ya el hombre sabio y guerrero que fue antaño. Desde que la reina había muerto, ya no era el mismo. Esa enfermedad acabaría arrebatándoselo...Prosiguió su camino. Necesitaba verla. Ahora más que nunca, ahora que tenía la certeza de que marcharía a luchar y quizá no volvería.


5.-Aída
Lo que no entendía era por qué llevaba esas máquinas. ¿Qué quería hacer?. Se recostó entre los pétalos de una delicada rosa, a la orilla del estanque. Los lirios cantaban con la brisa, y ella pensó que no le importaría vivir para siempre en el estanque si él estaba cerca. Si no lo estaba, le seguiría allá donde fuera. Y entonces, volando con el porte y la elegancia que sólo un príncipe sabe conseguir, apareció Iván, príncipe de los duendes, el más brillante y querido por todos, pero que desgraciadamente no había nacido como primogénito, sino todo lo contrario: era el menor de los doce hijos del rey.
-   Buenos días, Aída. Vengo observando que sientes devoción por este lugar. Me gustaría saber por qué.
-    Porque este estanque es mágico. No puedo alejarme del sonido que emiten los lirios al rozar el agua, y ver mi reflejo me agrada. No puedo evitar ser tan presumida.
-   No es presunción. Simplemente reconoces la belleza donde la hay.
Aída se sonrojó. Un piropo de un príncipe, una fugaz mirada tan sólo, eran un gran honor para cualquier hada que supiera lo que se escondía tras el gesto.
-          He observado que últimamente me sigue, majestad. También yo siento curiosidad por conocer  el porqué.
Iván se revolvió en su asiento, incómodo. Había sido descubierto...
-    Digamos que quería ver lo que hace una chica joven en su tiempo libre.- sonrió- Y quizá haya otro motivo, también. Digamos que los príncipes tienen sentimientos que pueden aflorar cuando ven a una preciosa muchacha como vos.
El silencio se convirtió en una pesada losa. Iván conocía los sentimientos de ella. La había visto muchos días observando a aquel humano  que llevaba bajo su brazo una orden para destruir aquel paraíso que era el estanque. Por eso habló, pese a que le ardía la garganta.
-      Vamos a entrar en guerra. Debemos luchar contra los humanos. Van a destruir el estanque...
-    ¿Qué? No puede ser...- se sorprendió ella.- Los he visto y parecen inofensivos. Debéis estar equivocado, príncipe. Ha de ser un error...
-    No hay ningún error, Aída. Nuestros vecinos nos han avisado. También confiaron en ellos y ahora su río es tan sólo un cauce lleno de las hojas caídas de los árboles talados. No podemos permitirlo...
-      ¡Mienten! ¡Todos mienten! Él no haría nunca nada malo, lo sé. Os han mentido...
-      ¿Por qué estáis tan segura de ello? ¿Qué ha hecho para demostrar que es inocente?
-    ¿Qué ha hecho para demostrar que es culpable?- rebatió ella. Las lágrimas comenzaron a asomarse a sus ojos violetas.
Él, con una firmeza que trataba de esconder lo triste que se sentía, dijo, levantándose:
-      El amor os ciega, Aída, y es imposible hablar a quien  no quiere ver.
Alzó el vuelo  y desapareció entre la brisa húmeda que acariciaba el estanque.
Y entonces comenzó a llorar. Lloró liberando toda la furia que sentía refulgir en su interior. No podía ser cierto. Todo había sido un engaño para apartarlo de ella. Y necesitaba verlo, decírselo.
Voló con una rapidez extraordinaria, rasgando el aire, produciendo calor y electricidad a sus paso. En unos pocos  minutos llegó al campamento donde solían dormir los hombres. Y lo que vio la dejó sin aliento: su amado no estaba en ninguna parte. Ahora, en aquel lugar quedaba tan sólo una explanada vacía. ¿Dónde estaban los árboles?
Descubrió la rosa en la que había dormido tantas noches, rota, en el suelo, al mismo tiempo que la última lágrima resbalaba por sus pestañas, perdiéndose en la inmensidad de la noche.
Y descubrió que su alma estaba como la rosa, rota y perdida en la soledad de la tierra. ¿Y por qué? Porque había cometido la mayor equivocación: la de enamorarse del  demonio.
Tristemente, se sentó en el suelo. Ahora quería dormir. Quizá, al despertarse, todo volviera a la normalidad. Pero sus sueños no fueron gratos, y la tristeza que sentía pasó a convertirse en furia.
Sentía un volcán en su interior, un volcán a punto de estallar...


6.- Iván
El comandante presidía la mesa. Todos le miraban expectantes.
-    Y entonces, nuestros ejércitos verterán el  polvo de hadas en los depósitos de gasolina de esos carros de fuego. El resto será coser y cantar.
-    Me parece un plan digno de una mente privilegiada- exclamó el rey. Estaba orgulloso de su sobrino. No había  llegado a comandante por ser familia de la Corona, sino por sus méritos. Era joven, pero le esperaba un destino brillante...
-    Los ejércitos ya están listos. Partiremos al amanecer si usted nos lo concede, padre.- dijo el primogénito.
-    Por  supuesto. Y por si algunos de vosotros no volviera, quiero que sepáis que habéis sido los mejores hijos que un padre puede desear.- reveló, emocionado.
El sol se puso tras las montañas.
-      Y vos, el mejor padre, majestad.
Cuando la Luna se elevó majestuosa en la noche, dulce contraste entre su traje albino y la oscuridad, Iván voló a despedirse de Aída. Necesitaba verla por última vez...
La encontró pálida, demacrada, escarbando en la tierra.
-      ¿Qué hacéis, Aída? ¿Qué queréis esconder en ese hoyo?
-      Mi pena, príncipe. Quiero enterrarla para poder olvidar que existe. ¡Oh, cielos, teníais razón!


7.- Aída
Se alegró al verle. Necesitaba hablar con alguien, y él era la persona indicada. Cuando estaba con él (ignoraba la razón), el río de su alma dejaba de llevar una fuerte corriente para convertirse en un sereno cauce de alegría. ¿Por qué junto a él sentía que todo en esta vida tiene solución?
-    Y cuando llegué, todo estaba destruido. ¡Mis árboles! ¡Mis plantas! Él las había destruido. Y yo, ilusa, creyendo que era lo que le faltaba a mi vida. Iván, tan sólo era un asesino...
La abrazó y en los brazos del príncipe Aída encontró una paz celestial, la paz que necesitaba. Entre los brazos de Iván se sentía segura.
Junto a Iván se le antojó que las estrellas brillaban con más fuerza. Quizá la magia del amor del príncipe estaba curando sus heridas.
Y así, abrazados, los descubrió el amanecer.


8.- Iván
Cientos de duendes volaban hacia  los humanos. Los vecinos se habían unido a la batalla. Querían venganza... Todo sucedió muy rápido. Los humanos los vieron, cogieron tablas y comenzaron a golpear.
-      ¡Luciérnagas asesinas!- gritó uno de ellos.- ¡Nos atacan las luciérnagas!
Muchos duendes cayeron al suelo, sin vida. Mientras la mayoría distraía a los hombres, los príncipes llegaron a las máquinas y las rociaron de polvo de hadas. Lo  mismo hicieron con el depósito de gasolina y, después, con los hombres. En un abrir y cerrar de ojos, tanto las máquinas como los humanos se convirtieron en blancas palomas y se fueron volando.
Tenían la sensación de que no regresarían. Mas en la tierra había  muchos duendes que ya no volverían a volar. Iván los roció de polvo de hadas y de cada uno de ellos brotó un árbol. Después, todos los vivos lloraron a los muertos, y  sus lágrimas crearon un estanque hecho de admiración por  el valor de los caídos y la tristeza por sus muertes. Ante ellos, se extendía un nuevo mundo.


9.- Aída
Le vio llegar, tan apuesto y valiente como sólo puede serlo un príncipe que ha salido victorioso de la batalla.
-    Aída, él no murió. No le dejé morir. Les convencí para cambiar el castigo. Lo hice por ti... Él es una paloma ahora. Una paloma libre y hermosa que no hará  más daño.
Ella sonrió. Su pueblo había ganado la guerra, y tenía la sensación de que tampoco ella había perdido.
-      Iván...- susurró. Sus ojos  violetas brillaron.- Gracias.
Tan sólo la Luna pudo ver aquel beso. Y mejor así, pues nadie pudo estropearlo.


10.- Aída e Iván
El estanque brillaba en primavera. Los lirios cantaban con más fuerza y belleza que nunca. El agua ya no era agua, sino plata, y la plata no podía sino fundirse en un estrecho abrazo con la oscuridad de la noche.
Aída estaba sentada en una tímida rosa. Iván, junto a ella. Ambos miraban el agua. Ambos se miraban. Ambos, cogidos de las  manos, tenían la maravillosa sensación de poseer una larga vida, una vida en común.
Aída mirando el cielo.
Iván mirando el agua.
Aída e Iván juntos, mirando ambos en la misma dirección.

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