Es difícil decir lo que quiero decir
es penoso negar lo que quiero negar

mejor no lo digo
mejor no lo niego.

Mario Benedetti. "EL PUSILÁNIME",
de "El olvido está lleno de memoria".

martes, 31 de marzo de 2020

Ella, mi muy querida Berta

Relato finalizado el 31 de marzo de 2000

Aún la recuerdo, y podría afirmar con completa seguridad que jamás la olvidaré. ¿Cómo podría? Es imposible. Sería un delito no recordar aquellos días, aquellos besos junto al castaño centenario, aquellas promesas que soñábamos cumplir...Sería un delito olvidar aquellos días, probablemente los mejores de mi vida.

Berta... Así se llamaba. Berta. Sin ninguna duda era la más bonita del pueblo. Y la más buena, y la que mejor amasaba el pan...Eso tiene su explicación, ya que solía ayudar a su padre, que tenía una panadería. “La panadería de Don Pepe”,se llamaba. ¿Cuántas veces habré oído yo ese nombre?¿Cuántas habré esperado, impaciente e ilusionado, a que saliera por esa puerta, toda repleta de harina, mi muy querida Berta?

Berta siempre estaba muy ocupada con su familia, y alguna vez que otra tuve que raptarla para que estuviera conmigo. Pero siempre merecía la pena, porque nos perdíamos en el pequeño bosquecillo del pueblo y no regresábamos hasta bien entrada la noche.¡Que tiempos aquellos en los que aún no hacían mella en nosotros los años! Sí. Por aquel entonces yo era un muchacho.
 No había ninguna chica en todo el pueblo más guapa que Berta. ¿O quizá si la había?. Nunca lo supe, porque sólo tuve ojos para Berta. Pero para mí no había ninguna que superase, o al menos igualase, sus preciosos ojos. Sí. Aquellos ojos ... Eran negros. Tan negros que parecían trozos de carbón. Y al ser tan oscuros, parecían luz. Sus ojos fueron lo mejor de mi vida. Tanto me atraían, que a menudo me cruzaba de brazos y me dedicaba a observarla, a observarlos. Ella reía, y su risa me sentaba bien. “Hazlo otra vez”, le decía yo. “¿Qué quieres que haga?”, preguntaba. “Que rías”. Y su risa me llevaba a las estrellas.
Lo recuerdo todo como si fuera ayer, aunque han pasado ya muchos años. Hace mucho tiempo que no oigo su risa, pero aún la llevo dentro. Aún la guardo en mi corazón, y allí seguirá hasta que Dios me llame a su presencia.

He de reconocer que Berta no era inteligente. Pero eso me encantaba en ella. Me hacía verla indefensa, desprotegida, y esa sensación levantaba en mí deseos de protegerla y cuidarla.
A Berta le encantaba subirse en mi regazo. Solía hacerlo, y con sus labios de fresa me pedía que le contara historias. Yo la obedecía y alargaba todos los cuentos, con el único fin de eternizar ese momento. Me gustaba tanto sentirla tan cerca...

Si bien es cierto que Berta no era especialmente lista, era capaz de dar lecciones de bondad y comprensión hasta al más culto. Llegué a pensar en un tiempo que era un ángel, y es que Berta estaba siempre ocupada ayudando a los demás. Cuando no amasaba el pan en “La panadería de Don Pepe”, cosía en la sastrería de su tío o cocinaba para su vecina, que había perdido la vista hacía mucho.
Recuerdo la primera vez que me acerqué a ella. Llevaba mucho tiempo fijándome en sus dos trencitas y en su falda, cortada al igual que las de las demás niñas por la rodilla.
Se sorprendió al verme, y sus pálidas mejillas se tiñeron de rojo. Le ofrecí un caramelo, y ella negó ladeando la cabeza, sacudiendo sus preciosas trenzas de cabello oscuro. Yo se lo volví a ofrecer y ella lo volvió a rechazar. “No seas cabezota. Cógelo.” Y me hizo caso. Cuando su mano rozó la mía, la agarré, y para mi sorpresa , me dio un tímido beso en la mejilla. Pero en ese momento se fue corriendo.
A la mañana siguiente, le cogí la mano de camino al colegio. Ya no se la volví a soltar.
Todos se reían de nuestro amor infantil, un amor que maduró con los años hasta convertirse en algo sin lo que me sería imposible vivir.
Parecido fue el día que le pedí que fuera mi novia. Al igual que la primera vez, sus mejillas pasaron del blanco al rojo. Ya no éramos niños, y ambos sabíamos que era una tontería negar lo que era evidente. Sus maravillosos ojos resplandecieron y me contestó en un susurro que sí. Fue nuestro primer beso, y hace ya tanto tiempo...

Sus padres no veían bien nuestra relación. Creían que sólo quería pasar el rato con su hija, y cada vez que iba a la panadería , sus miradas eran fríos y duros reproches. Pero a mí no me importaban ni ellos ni sus injustas miradas, porque Berta sabía que de verdad la quería, y eso era lo único que contaba.
No creo que me sea posible olvidar los días de fiesta en el pueblo. A ella le encantaban.  Siempre se vestía con sus mejores ropas y no trabajaba.”Éste es nuestro momento. Sólo de nosotros dos”, decía. Y eran los mejores días de mi vida.

Recuerdo, con más nitidez que otros veces, la fiesta de San Jimeno de aquel año. Ella estaba vestida con aquel traje verde que yo le regalé,(tardé muchos días en reunir el dinero suficiente).Cuando fui a recogerla, me pareció más hermosa que nunca. La cogí de la mano y la arrastré hasta la plaza del pueblo, donde iba a tener lugar nuestro tradicional baile.
Me arrepentí, ya que enseguida la raptaron sus amigas.
-Berta...No me hagas esto...¡Vuelve!
-Espérame,¿quieres?.Vuelvo enseguida.
Media hora más tarde, seguía esperando en vano. Me sentí deprimido y fui a buscarla. La encontré muy ocupada riéndose con sus amigas y me acerqué. Más tarde me diría Berta que echaba fuego por los ojos. La agarré y la separé de aquellas envidiosas, envidiosas que envidiaban nuestro amor, y me la llevé a la plaza. Bailando la abracé con furia. Estaba bastante enfadado con ella. Y algo de eso debió de notar ella porque, muy mimosa y femenina, me cogió la cara entre sus preciosas manos y me miró con sus ojos oscuros. Con esos labios de fresa y moras me dijo:”¿No estarás celoso?”. Yo negué.”¿Celoso de unas niñatas tontas?.Nunca.”Y ella rió y yo me di cuenta de que había hecho el tonto. En esos instantes desapareció el enfado, la besé y me la llevé al bosquecillo. No volvimos al pueblo hasta bien entrada la noche.

Berta me quería mucho. Me lo decía cada día a cada hora, y esas palabras alegraban mi vida. Pero yo siempre se lo decía más veces. Eso la ponía contenta para el resto del día.
Nos queríamos mucho, y aunque llevo toda una vida sin verla, la sigo queriendo. Aunque nunca la vuelva a ver, la seguiré queriendo. ¿Cómo olvidarla?. Y aunque pudiera hacerlo, no lo haría, porque es su recuerdo lo que me mantiene vivo.

Berta...Lo que más me gustaba de ella, aparte de sus ojos, era la facilidad que tenía para enfadarse, con enfados que siempre acababan en sonrisas...Yo solía hacerla rabiar. Ella chillaba, reía, se ponía histérica...Cuando se ponía así yo reía y la abrazaba. Entre mis brazos, recuperaba la calma, y las reconciliaciones eran tan dulces...

A Berta no le gustaba en absoluto que yo la hiciera rabiar. Eso decía ella. Pero los días que no nos peleábamos, lo echaba de menos. Ella misma me lo confesó un día.
Sólo tuvimos una pelea seria durante todo nuestro noviazgo. Todavía la recuerdo. Empezó por tonterías, como cuando la hacía rabiar, pero todo se salió de lo de siempre. Ella no encontró consuelo entre mis brazos y yo no quise dárselo. Aquel día nos separamos con lágrimas en los ojos. Sus padres pudieron respirar aliviados y comentaron a los cuatro vientos que, después de haberle hecho daño a su niña, la había dejado al fin en paz. Berta hacía oídos sordos a los comentarios de sus padres. Aún me quería...
Mientras, yo estaba muy arrepentido. Fui a la ciudad y le compré un vestido verde, que más tarde llevaría en la fiesta de San Jimeno, y me acerqué a “La panadería de Don Pepe”.
Ella estaba dentro, amasando el pan, deliciosamente repleta de harina. Cuando me vio, vino corriendo y se tiró a mis brazos. Ésa ha sido la mejor reconciliación de mi vida. Y la última, porque no volvimos a pelearnos. Y a sus padres no les quedó otro remedio que acostumbrarse a mí. 

Berta...
Muchos días pronuncio su nombre. Lo grito al vacío, esperando que, esté donde esté, me oiga. Esperando que se acuerde de mí como yo me acuerdo de ella. Berta...Mi muy querida Berta...
Hace tanto tiempo que no la veo que he llegado a preguntarme si no ha sido todo un sueño. Pero no lo fue, porque de ser así, ahora no estaría triste. Y es que ha llegado el momento de contar como mi amor, mi Berta, se fue de mi vida.

¿Cómo olvidar aquel día?.Fui a recogerla a la panadería , y ya comprendí que pasaba algo cuando vi  cuán triste estaba. Sus preciosos ojos de azabache estaban enrojecidos y los cubría un fino velo de cristal, hecho de lágrimas secas.
-¿Qué pasa, Berta? ¿Qué me ocultas?
-Nada...
Berta nunca me había mentido. Ni en mil años hubiera podido imaginar qué le pasaba. 
-Berta...Dime qué ocurre.
Y entre lágrimas de ácido me dijo que su padre iba a trasladar la panadería a Francia y que no podríamos vernos nunca más.
Aquella tarde estuvimos todo el tiempo abrazados, apurando los pocos momentos que nos quedaban para estar juntos. No era fácil saber que en muy pocos días Berta se alejaría de mí para siempre. Se irían por la borda los años más felices de mi vida.¿O no?¿Acaso necesitaba tenerla al lado para sentirla cerca?
Un mes después, Berta lloraba delante de mí. Ésa sería la última vez que la veía llorar.
-Me voy. Me voy para siempre, amor mío, amor de mi vida en la Tierra y en el Cielo.
-Hazme un favor antes de irte: ríe.
Se arrojó a mis brazos y lloró como nunca lo había hecho. Yo la abracé y lloré por dentro.
-¡Berta, vamos! Tenemos prisa.
Sus padres la apremiaban, pero ella no se movía de mi lado.
-Berta, óyeme. Te juro que nunca te olvidaré.¿Me oyes? Nunca.
Ella sonrió y dejó de llorar.
-Esperaba oírtelo decir. Y quiero que sepas que yo tampoco te pienso olvidar. Antes la muerte.
Y como aquella primera vez, en nuestro primer encuentro, me dio un triste beso en la mejilla y se fue corriendo.

 Jamás la volví a ver. No recibí cartas ni llamadas. Ya solo existían recuerdos.
                                    
                                                 *    *    *

Ahora soy un viejo, y reconozco que soy feliz. Conocí a una buena mujer que me dio su cariño sin esperar nada a cambio, pues yo le hablé de Berta y le dije que nunca amaría a nadie como a ella. Mi mujer aceptó estar en segundo plano. Ahora es lo mejor de mi vida.
Me he acostumbrado a sus ojos marrones y a su carácter vivo y alegre. Y a ella debo mis dos hijos, Jaime y Berta, que son la alegría de mi vejez , y mis cuatro nietos: Antonio, Pedro, Julia y Laura.
Soy feliz cuando vienen a verme, cuando mis nietos se suben en mis rodillas, como hacía Berta, cuando me siento en casa fuera de ella, sólo con tenerlos cerca...

Pero Berta sigue ahí.¿Cómo olvidarla? No puedo. Y aunque pudiera, no lo haría, porque antes muerto que vivir  sin ella, aunque lo único que me quede de Berta sea su  recuerdo.

¡Ay, Berta! 
Mi muy querida Berta...

                                                          


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