Es difícil decir lo que quiero decir
es penoso negar lo que quiero negar

mejor no lo digo
mejor no lo niego.

Mario Benedetti. "EL PUSILÁNIME",
de "El olvido está lleno de memoria".

martes, 31 de marzo de 2020

Lola

Relato finalizado el 2 de mayo de 2000


Lola estaba en su casa, recostada en el sofá. Hacía zapping en el televisor. De repente, oyó en el parte de noticias de la tarde la crónica de un asesinato. Lola apagó furiosa la tele. ¡Nada!. Sólo había anuncios, noticias de los negritos del Tercer Mundo, reportajes de la violencia callejera, anuncios y más anuncios. ¿Qué le importaban a ella los negros?. A ella lo que de verdad le interesaba era la moda, la discoteca, la vida del vecino del 5º y los granos de su amiga Inmaculada.
-¡Mamá, me voy!
Dio un portazo. No estaba enfadada, pero... Había llegado a la conclusión de que era una adolescente y tenía derecho a pegar portazos si le daba la gana.

Se miró en el escaparate de una pastelería. Sí, realmente era una chica con mucho gusto para vestir: una camiseta estilo hippy ajustada que no le tapaba ni el ombligo y unos pantalones acampanados muy muy ajustados. “Lástima que el cristal no llega hasta el suelo -pensó -, así podría verme mis zapatos de plataforma”.

Cuando se iba a marchar, se fijó en una suculenta tarta que, entre deliciosas fresas y pegotes de nata, insinuaba a gritos “Cómeme, Lola”.Estuvo a punto de comprar un trozo, pero recordó a tiempo que la tarta engorda. “ ¡Menos mal!- pensó -¡Qué suerte haberme acordado! Si me la llego a comer, habría engordado un montón de gramos”. Después de todo, su cuerpo era su orgullo. Su lindo cuerpo... Era lo único interesante. Recordó como hace mucho tiempo, su amiga

enemiga Nati la había llamado superficial y cuerpo sin cerebro. ¡Sabría la gorda de Nati como era ella!. Envidia que tenía de su talla 38 .

Iba andando por la calle sin rumbo fijo. Y no pensaba en nada especial. No era amiga de los pensamientos profundos. Se dedicaba a criticar a las viejas y a las colegialas y a todo ser vivo que osara cruzarse en su camino. ¡Qué feo y gordo era todo el mundo!. Y aquella niña,¡Qué llorica!. Ella no lloraba nunca. Lógico. Lola vivía dentro de una urna de cristal. Sin duda lloraría si saliera de su mundo y abriera los ojos, viendo así la sociedad cruel y destructiva en la que vivía.

Pero ella no tenía ganas de abrirlos y de preocuparse de los demás. Era tremendamente feliz en su egoísmo. Incluso se sentía generosa. En un impulso caritativo, le dio a un pobre, que pedía algo de limosna, unas monedas. Se arrepintió enseguida. Seguro que luego, en vez de guardarlas, se las gastaría tomándose una cerveza en el bar de enfrente. ¡Qué tonto era todo el mundo!. Suerte tenía la humanidad de que estuviera ella para desmentirlo. Todo el mundo era tonto menos ella. Y quizá menos su amiguísima Leticia. Sí. Todo el mundo era tonto menos ellas, Leticia y ella.

Cuando iba a marcharse, divisó un quiosco. Sí, tenía dinero suficiente.¡Suerte! Corrió como una loca y compró una revista rosa. ¡Eso sí que era interesante! Se sentó en un banco , en el respaldo, y se sumergió en un mar de cotilleos. Era interesantísimo saber el nombre de pila de Leonardo Di Caprio, y quedó extasiada al leer otra vez la vida de los Backstreet Boys.

Al verla tan alegre y sumida en sus pensamientos, uno casi no se daba cuenta de su superficialidad. Cuando no se creía una diva rodeada de fans, Lola resultaba muy muy atractiva, y eso mismo pensó Raúl cuando la vio al pasar por enfrente.

Raúl era el polo opuesto de Lola. Era generoso, soñador a la vez que realista, divertido y no necesitaba una montaña de fans a su alrededor para sentirse a gusto.
Él iba a la clase de Lola desde hacía un año. Poco tiempo, pero el suficiente para conocerla ya.

La consideraba una muñequita. Reconocía que era preciosa, pero era una sinsustancia. A él le gustaban las chicas inteligentes, con tema de conversación , capaces, al menos, de pensar. Y Lola no entraba precisamente en ese saco. En ese instante, él la miró y ella lo vio.Se miraron. Algo desconocido invadió a Raúl. Se fue , muy preocupado, tratando de averiguar que era esa extraña sensación. Mientras, Lola lo siguió con la mirada. “¡Maleducado!” , pensó. “Todo un año viéndome y ni siquiera saluda.”

Pensó un ratito en Raúl. Lo odiaba. Quizá porque, por dos o tres defectillos de nada, respondía fielmente al patrón de chico perfecto. Se consoló pensando en el mal genio que tenía Raúl. Pero lo peor de todo era que era muy guapo. Eso no podía soportarlo. Ella era la única que debía acaparar miradas . Lo que Lola no soportaba era que Raúl no le hiciera caso. ¡Era imposible!. Lo olvidó y siguió leyendo su revista cultural. Si hubiera sido más perspicaz, se habría dado cuenta de que algo raro había ocurrido en ella al mirar a los ojos al muchacho. Pero como Lola no era nada perspicaz , ni se dio cuenta.


* * * * *


-¡Matemáticas! ¡Qué mierda!-, expresó con elegante vocabulario Tomás.
-Y después recreo-, añadió alegre Soraya.
Esos cinco minutos de placer que hay entre clase y clase eran muy bienvenidos en el curso de Lola y Raúl. Él estudiaba la lección siguiente, pese a que ya se la sabía. Mientras, ella hablaba con Leticia de su nuevo corte de pelo.
-¿Verdad que estoy guapa?,-decía satisfecha de sí misma.
Y en verdad lo estaba. 

El resto de la clase se dividía en grupitos. Por un lado estaban los “empollones”, que se dedicaban a estudiar, junto a las parejitas, que se robaban el aliento uno a otro, y por el otro, los “gallitos”, alardeando de cuerpo, y el séquito de chicas “limpiababas”, que se entretenían observando a los machitos.
Sin duda, una clase realmente interesante.
Ese momento de descanso fue interrumpido por el “profe” de mates, un hombre gordo de al menos cien años, con bigote y barba, conocido por su mal genio y su forma de no enseñar.
Eso pensaban de él sus alumnos. ¿Cómo iban a saber ellos que su pobre esposa tenía cáncer y ya no quedaba en él ningún ápice de ilusión por enseñar?
La cuestión era que ese viejo barrigón les había implantado a la fuerza raíces cuadradas y demás operaciones. Según pensó después Lola, la clase de matemáticas era la hora del infierno, y el
“barrigón”, el diablo. Y “diablo” de mote se quedó.
Como todos los días cinco veces a la semana, les salvó la campana. Corrieron como locos al patio.¡Libres por 30 minutos!. No era mucho, pero menos da una piedra. Lola se sentó bien visible, con el propósito de que todo el instituto se fijase en su nuevo peinado. Para dárselas de sabia, comenzó a soltarle a Leticia todo el contenido de la revista del día anterior.

Sí, Lola era feliz, o al menos eso pensaba ella. A su modo de vivir, sí que era feliz. No lo era por
el hecho de tener comida, ropa, amigos o un tejado bajo el que cobijarse junto a su familia, sino por sus revistas, sus fans (aún más superficiales que ella) y su nuevo peinado. ¿Qué más podía pedir?
Raúl estaba muy preocupado. Se había descubierto mirando varias veces a Lola, y eso era completamente extraño. Se llevaba repitiendo todo el día que Lola era una idiota malcriada, y cuanto más se lo repetía, más y más la miraba...

Y Lola...¡Ay!. Ella ni se daba cuenta de que se ponía modosita y hacía tonterías cada vez que Raúl la miraba.
Sonó la campana y todos, menos algún listo que se habría fumado la clase, se dirigieron hacia el aula. Los libros de naturales poblaron las mesas.
Muy contenta y ufana llegó la profesora, baja y gordita,(“tapón” la llamaban), pero querida por todos por su buen humor. Comenzó a soltar un discurso sobre el compañerismo, y a continuación les dejó caer como una bomba que debían hacer un proyecto sobre el medioambiente.
-Debéis hacer grupos de cuatro personas. Buscaréis plantas, flores, semillas...Todo lo que encontréis, lo traéis.
Tímidamente, un alumno preguntó:
-¿Podemos hacer nosotros los grupos?
Ella dudó, pero finalmente respondió que no.
-No, por lista. Vamos a ver..Irene Ortega con Luis , Carmen y Rebeca . Sonia con...
Y por fin llegó al grupo en el que nos vamos a centrar:
-Lola con Dori, Silvia y Raúl.
Lola dio un respingo.¡Imposible! “No es justo. Yo quiero a mi Leticia”, pensó. Tampoco a Raúl le gustaba este grupo, pero al día siguiente ya estaban los cuatro caminando.


* * * * *


Lola nunca había hecho buenas migas con Dori y Silvia. Eran las típicas burras que se dedicaban a estudiar. En cambio, Raúl se llevaba de maravilla con ellas. Solían hablar los muy tontos de las cosas menos importantes de todas: Hablaban de cómo estaba el mundo, de música y, sobre todo , de libros. ¡De libros! ¿Quién habría inventado semejante sandez?
Lola no lo pasaba bien rodeada de tanto empollón, pero a suspender el curso sí que no estaba dispuesta. Si repetía, ya no la dejarían ir a casa de Leticia, ni podría comprarse sus queridísimas revistas, ni podría comprarse tampoco su maravillosa ropa...¡Si repetía, su vida sería un desastre! Por eso tuvo que tragar mucha bilis y escuchar conversaciones vomitivas y aburridas hasta la médula.
-Yo creo que como Cervantes no hay, ni habrá, otro.
-Ay, chica, depende, porque a Shakespeare no te lo comas tú de vista, maja.
-Dori tiene razón. Cervantes es un dios, pero en prosa. Hay muchos otros buenos escritores que son magníficos en su género.
¡Qué asco!. Ya estaba otra vez Raúl defendiendo a Dori. Siempre Dori esto, Dori lo otro, ¿Qué te parece, Dori? ¿Crees que esto es una Amatites Magnetita? Ay, no sé, Raúl. Quizá sea pirita plateada, ¿no? Ja, ja, ja, ¡ Qué lista eres, Dori!¿Cómo no me habré dado cuenta antes? Por eso se alegró infinitamente cuando Silvia le llevó la contraria.
-Pues no estoy de acuerdo contigo, Raúl. Ni contigo, tía. Como Cervantes no hay otro en ningún género.
Y la lagarta de Dori cambiaba de tema. No la soportaba. Sin embargo, Silvia empezó a caerle
bien. Lo que Lola no sabía era porque le caía tan mal Dori. Nunca habría imaginado que era por celos. Pero todavía faltaba mucho para que Lola descubriera que su corazón tenía dueño, así que tiempo al tiempo...


* * * * *


Cuando Lola descubrió, escondido entre pequeñas montañitas de arena, un tallito de perejil, a la primera a la que informó de su descubrimiento fue a Silvia. Dentro de lo que cabe en una relación empollona-inmadura, se habían hecho buenas amigas.
-Dime que es algún nombre de esos raros. Me daría un ataque de alegría loca. ¡Venga, di! ¡Cuéntame! ¿Qué es?
-Es perejil, Lola. El perejil no vale. Lo puedes comprar en cualquier tienda.
-¡Pues mucho mejor, tía! ¿No lo comprendes? ¡Lo he encontrado FUERA de una tienda! ¡Tiene mucho mérito!
Silvia rió, y recomendó a Lola que lo consultara con Raúl y Dori. Con un desprecio exagerado, dijo ella:
-¿Yo a ésos? No es correcto molestar a los tortolitos...
Silvia se dio cuenta de lo que era más que evidente, y preguntó, bastante sorprendida, a Lola:
-¿Estás celosa?
-¿Celosa de qué?-. Había tanta inocencia en su mirada, que Silvia pensó que, en realidad, todo había sido un error de observación.
Lola se dedicó todo el camino a observar extasiada su precioso perejil. Ni se dio cuenta de que por dentro estaba inquieta. Por el momento, tenía bastante con su tesoro vegetal.


* * * * *


En el instituto, Leticia estaba bastante enfadada con Lola.
-¡Qué! Ahora nos importa una mierda la gente normal, ¿no, Lola? Como ahora nos juntamos con los pijos empollones, de los amigos de toda la vida podemos prescindir. ¡Pues te van a dar
castañas, hija! ¡Y no vuelvas por mi casa, traidora!
Lola se dio cuenta de que Leticia tenía razón, así que fue a pedirle perdón. Y aunque le costó bastante convencerla, se sentaron juntas a hablar de la nueva peli de Brad Pitt , del nuevo peinado de Malú y del idiota de Iñigo, que babeaba por Leticia, con el fingido enfado de ésta, que estaba super feliz de tener un admirador público
Y ese día empezó Lola a darse cuenta de que , en realidad, faltaban en su vida algunas cosas. No sabía cuáles, pero a veces veía la tele y se le saltaban las lágrimas. Incluso se planteó el hecho de tener un novio. Enseguida lo descartó. La monogamia no estaba hecha para ella. Con lo que le gustaba sentirse admirada...
Pero ese día se dio cuenta de que no era bueno pertenecer enteramente a Leticia. Comprendió que era un poco aburrido estar siempre obsesionada con la moda, los famosos y los cotilleos. Y sentía algo en su interior, un algo que se activaba cada vez que Raúl estaba cerca.¿ Sería odio?


* * * * * 


Le gustaba salir a buscar plantas con las demás por verla a ella. A menudo soñaba con sus ojos negros y con su melenita corta. Antes no sabía lo que sentía. Desde el día del parque, cuando la “descubrió” sin su disfraz estúpido, cuando la vio al natural, empezó a sentir algo extraño. Ahora ya sabía el nombre de ese sentimiento, y pronunciarlo le daba miedo. Había luchado contra él. Había llegado hasta el extremo de utilizar a Dori para dar celos a Lola. Se sentía muy mal. Sucio, infame, cruel, vil y rastrero. Pero por otra parte se sentía una persona, un humano.Y concretando, un joven...enamorado.

Sólo sabía que no sabía nada. Sólo quería mirarla, adorarla, como cualquier otro. Ni el gran Raúl había podido resistirse a la diva del instituto...


* * * * *


Ese día Lola se levantó muy nerviosa. Tenía que exponer oralmente su trabajo de C. Naturales.
Para la ocasión, se puso su traje más alabado: una minifalda muy muy corta y una blusa casi
transparente que dejaba ver una minúscula camiseta de licra con una foto de los Backstreet Boys. Cuando llegó a clase, ya estaba allí el “Tute”, profesor de E.Física, que traía bajo el brazo un paquete de exámenes . Todos se sentaron en sus sitios. La gran mayoría, indiferentes. Otros, seguros de que su tarde de estudio había servido para algo. Un pequeño sector, esperando cualquier despiste del profesor para ayudarse de las chuletas, y el resto, expectantes, viendo si bajaba la Virgen y les concedía un milagro. Lola estaba entre los segundos y los últimos.


Luchó encarnizadamente contra el reglamento del fútbol, la pelota de tenis y la historia de la indiaca. Cuando terminó el examen, flotaban en su charco cerebral un sinfín de números y leyes y tarjetas amarillas y rojas y un montón de indios jugando a la indiaca con la cabeza llena de plumas.


El Tute se fue y todos se dedicaron a disfrutar cinco minutos. Como Leticia no había ido a clase, Lola se sentó cerca de Silvia, que hablaba con su novio, el capitán de los inútiles, el más chulo, estúpido y egoísta de la clase.


En el momento cumbre de la conversación, cuando él le iba a decir a Silvia como había acabado su pelea con un gigante de 1’95, Raúl se acercó a Lola. Ella se sorprendió al verlo solo.


-¿Dónde está Dori?-, preguntó con retintín.
-No me importa. He venido a decirte una cosa y Dori no tiene nada que ver con ella.- replicó molesto.
Cuando Lola miró sus ojos tristes, lo descubrió. Lo comprendió todo. Comprendió a que se debía ese repentino cambio de actitud, esa nueva sensación. Comprendió que lo que le ocurría se recogía en una sola palabra: amor.
-No hace falta que hables. Sé que me vas a decir -dijo, apartando la mirada del dulce y armónico rostro de Raúl.
Y cuando éste iba a tomar la palabra, atravesó la puerta la Tapón, armada con su cuaderno de notas.


* * * * *


A la profe de Naturales le gustó mucho su proyecto, aunque dijo que el perejil no era necesario, que se podía encontrar en las tiendas.
-¡Qué tontería! ¡Lo encontré fuera!- protestó. –¡También se pueden comprar las plantas en los viveros y floristerías!
Como la maestra tenía a Lola por un caso perdido, ni le prestó atención.
Con un 9 bajo el brazo, pasó la clase de Lengua en la más absoluta felicidad, pero al salir de clase, un chico joven, alto y guapo la estaba esperando.
-¿Puedo acompañarte a casa?-preguntó Raúl.
Cuando Lola aceptó, su cara era una gigantesca sonrisa.


* * * * *


Lola estaba recostada en el sofá de su casa. Hacía zapping con el mando del televisor. De repente, oyó en el parte de noticias de la tarde la crónica de un asesinato. Apagó la tele. ¿Cómo podía haber tanta maldad en el mundo?
-¡Me voy, mamá!
Cerró cuidadosamente la puerta. No debía dar portazos.
En la calle, sólo se veían viejas y colegialas. Se alegró de no ser de ninguna de las dos. Tendió unas monedas a un pobre que pedía. “Ojalá no se las gaste en cerveza”, pensó.
Divisó un quiosco a lo lejos. Corrió como una loca y se compró una revista rosa. Al menos eso no había cambiado. Poco duró su entusiasmo, pues algo ocupó su atención por completo. En la acera de enfrente, un muchacho la llamó. Se le escapó una sonrisa al decir “Ya voy, Raúl”.

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