Pero siempre llega el día
en que uno empieza a cansarse
de las rutinas archirepetidas.
La espalda empieza a resentirse
de cargar una y otra vez las mismas piedras,
de romper una y otra vez las mismas uñas,
y el cuerpo cae pesado
sobre un cieno verde oscuro,
y la pereza me dice
que le apetece cerrar los ojos.
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