PREFACIOELLA
Me gustaría pensar que esta noche, como todas las demás noches, has salido a tu balcón a recibirme.
Me he puesto el vestido más blanco para que cuando asomes tu linterna te encuentres con el vuelo de mis sedas.
Cuesta verte desde aquí.
Cuesta imaginar la cara que llevas puesta esta noche.
Duele estar a años luz de ti, volcada tras esta ventana, en esta habitación blanca. Circular.
Algún día podrás tocarme, si vienes.
Algún día podré tocarte, si consigo bajar...
ÉL
No creas que este día me ha arrancado sonrisa alguna, que es posible hallar consuelo lejos de tu luz, que ha sido fácil no tenerte en luna nueva.
Te sueño como cada día, te busco como cada noche, me escondo y rujo y rompo las cortinas de mi cuarto cuando no te muestras, y retumban los quebrares de costillas al ritmo de campanas huecas en esta triste habitación.
Demasiado tiempo esperando a que vengas.
Demasiado tiempo sin buscarte.
Me cansé...
Ya es hora de hacer algo.
CAPÍTULO IELLA
El día que Ella conoció a Él, estaba sentada junto a la ventana, como cada noche. Jugaba con la linterna apuntando al infinito, apuntando a Marte, apuntando a Júpiter, apuntando a la Tierra.
El vestido apenas le rozaba las baldosas blancas, y el corazón, como cada día, se aburría de latir.
Soltaba el vaho en la ventana y dibujaba corazones, sin saber bien qué eran. Se limitaba a copiarlos de la biblioteca de la sala, que estaba llena de libros, todos al alcance de la mano. Sin saber por qué, ya estaban antes de que Ella llegara.
Sin saber por qué, ella siempre había estado allí.
Sola, junto a la ventana.
Con una silla.
Con una cama.
Con la linterna.
Sólo eso, en una habitación circular con techo abovedado.
Y el silencio.
El absoluto, rotundo, tremendo... silencio, si es que eso se puede imaginar.
ÉL
El día que Él conoció a Ella, cogió un cigarro y salió al balcón a contar estrellas, apenas visibles tras el humo de su gris ciudad (como él, podrida).
Le lloraban los pulmones de respirar en balde, como cada día.
Plantó los ojos al vacío y empezó la cuenta.
Una.
Dos.
Tres.
Humo.
A la cuarta la luz le bañó de lleno, le vistió de pies a cabeza de blanco inmaculado.
Corrió a su cuarto a coger el espejo de mano, y con la garganta en precipicio salió de nuevo a buscar la luz.
Con el pulso tembloroso colocó el perfecto ángulo de visión.
Devolvió el reflejo, y miró.
Entonces la vio.
ELLA
Por primera vez en su vida se le escapó de la boca un sonido. Un imperceptible “Oh”.
Por primera vez abrió sus ojos grises como manos, y sin saber de dónde sacó el conocimiento de mover los pies (eternamente atada a aquella silla) se levantó y nadó la vista en el espacio, buscando como loca el origen de la luz, vibrando su linterna, devolviéndole el favor.
Y las luces se encontraron en el momento preciso, en el lugar indicado, en el ángulo exacto.
Y con sus ojos extraterrestres, le encontró.
ÉL Y ELLA
De pie, aterido de frío, él miraba a Ella, y escrutaba a continuación, con ansia incontenida, las casas vecinas, las calles llenas de dióxido de coche, las farolas de bombilla pobre.
Y el cielo.
Y entre él y la luz sólo encontraba la Luna. La Luna. La Luna. La Luna.
La Luna, y un par de ojos grises reflejados, y una nariz helada como témpano, y unos labios dulces como miel.
Ella le devolvió el esfuerzo mientras pudo, lo hizo con deseo intemporal, con ilusión desconocida, con pasión arrebatada.
Y la Tierra se fue moviendo, hasta que la luz se le rompió, y no pudo verle más.
Y el Sol le encontró de pie, callado. Y el espejo se apagó.
ELLA
Las horas se sucedieron eternas, cada paraje conocido iba dando paso al siguiente con asfixiante lentitud. Conocía como piel propia cada montaña, cada río, cada nube. Pero nunca el tiempo le había pesado, nunca los minutos le habían dolido. Y ahora le parecía eterna la espera, le parecían insalvables los giros que la separaban de ayer.
Pero no se cansaba de agitar la linterna, y ya no quería sentarse, no quería despertar la mente, no quería alejarse del cristal, no podía pensar en otra cosa, no sabía hacer otra cosa más que esperarle.
Sólo quería decir “Oh”, una vez más...
ÉL
Misma hora, mismo sitio, mismo rostro, misma magia, misma vida, misma Luna.
Y el latido acelerado.
Como cada día, desde que la conoció.
CAPÍTULO IIELLA
Me gustaría pensar que esta noche, como todas las demás noches, has salido a tu balcón a recibirme.
Me he puesto el vestido más blanco para que cuando asomes tu linterna te encuentres con el vuelo de mis sedas.
Cuesta verte desde aquí.
Cuesta imaginar la cara que llevas puesta esta noche.
Duele estar a años luz de ti, volcada tras esta ventana, en esta habitación blanca. Circular.
Algún día podrás tocarme, si vienes.
Algún día podré tocarte, si consigo bajar...
ÉL
No creas que este día me ha arrancado sonrisa alguna, que es posible hallar consuelo lejos de tu luz, que ha sido fácil no tenerte en luna nueva.
Te sueño como cada día, te busco como cada noche, me escondo y rujo y rompo las cortinas de mi cuarto cuando no te muestras, y retumban los quebrares de costillas al ritmo de campanas huecas. En mi habitación.
Demasiado tiempo esperando a que vengas.
Demasiado tiempo sin buscarte.
Me cansé...
Ya es hora de hacer algo.
ELLA
Me comprimen el pecho estas paredes y ya no aguanto el día, me quema los ojos, me daña el pecho, me quiebra los brazos golpear esta maldita ventana.
Esto no es vida. Esto no puede ser la vida.
Tengo que encontrarte.
Ya no puedo seguir aquí.
Me quedé sin aire...
CAPÍTULO IIIELLA
Por primera vez en su vida giró despacio el pomo de la ventana y la abrió.
Sujetó las faldas del vestido, y apoyándose en la silla se encaramó con cuidado al alféizar, dejando que todo el universo la observara, arrobado.
ÉL
Desde la terraza del edificio enfocó el espejo.
Estaba preparado. Era la hora. Era el día. Y se encontraba en el ángulo exacto.
Todo estaba listo abajo, y así se lo dijo.
Y desde el otro lado, allá arriba, su boca le sonrió.
ELLA
Nunca había probado el aire, nunca había sentido frío.
Y no sabía qué iba a pasar, a dónde iba a llevarlos esa idea loca. No sabía si había frontera, si había mundo paralelo, si en algún sitio, en algún lugar, en algún ángulo aún desconocido, existía un planeta para ellos.
Pero no tenía miedo.
No podía ser de otra forma.
Antes o después, estaría con Él.
ÉL
Dejó el espejo en el suelo y se acercó a la tapia de cemento, encaramándose a ella con seguridad.
Tragó aire y miro al mundo a los ojos. Nunca se había sentido tan útil, tan vivo, tan valiente.
Sólo por ella le latía con sentido el corazón.
ÉL Y ELLA
Estiró la pierna y dio el paso.
Estiró la pierna y dio el paso.
Dicen que si ves una estrella fugaz, trae suerte pedir un deseo.
EPÍLOGO
La muchacha abrió los ojos por primera vez y se encontró sentada en una silla, junto a la ventana de una habitación circular, desconocida, con una cama, unos libros y una linterna.
Cogió, casi por instinto, la linterna, y asomada a la ventana, en silencio, comenzó a alumbrar.